“Mientras hay
unos ojos que reflejen
los ojos que los miran;
…
¡habrá poesía!”
BECQUER.
La especulación
filosófica ha sido siempre cosa de reflejar la realidad. La psique (el alma) es
el espejo, la tábula rasísima que sirve para reflejar la naturaleza de las
cosas, es decir las cosas mismas. Cuando el espejo es diáfano y la imagen
nítida, ahí aparecen con toda claridad las cosas reflejadas hasta su principio;
todo muestra entonces el brillo de la belleza que es la señal de su principio.
Un espejo son los ojos.
Quien tiene limpio el espejo de la mirada refleja entonces las cosas hasta sus
principios, y las ve en el instante de su creación. El por fin mira. El escapa
de sí, de la consideración de sí mismo para reflejar la realidad; no es ya un “yo”
sino puro ojo; el espejo no tiene ya más que lo reflejado y es entonces un puro
acto de reflejar.
Dios es el gran
especulador. De su especulación nacen todas las cosas. Ellas se reflejan en
Dios como en su fuente; de ese Espejo procede el brillo de su belleza, pues la
belleza no es otra cosa sino el brillo de los ojos de Dios reflejando sus
hechuras. Este es un tema permanente del platonismo medieval, pero sus fuentes están
en Platón mismo. Veamos un texto particularmente explícito respecto de este
tema de los espejos: Se trata de un fragmento de uno de los diálogos considerados
“socráticos”, es decir, de aquellos escritos tempranamente y en los cuales Sócrates
es un personaje principalísimo: el Alcibíades
I de Platón.
“SOCRATES.– Te diré mi
hipótesis acerca de lo que quiere decirnos y aconsejarnos aquella inscripción (el
“Conócete a ti mismo” del Oráculo de Apolo en Delfos). No hay muchas imágenes
que nos sirvan en este caso, sino en realidad sólo la vista.
ALCIBIADES.– ¿Qué
quieres decir?
SOCRATES.– Mira también
tú el asunto: supón que en vez de hablarle a un hombre, nos dirigimos a
nuestros ojos aconsejándoles: “Véanse a sí mismos” ¿Cómo entenderemos esa
invocación? ¿No significaría esto que deban los ojos mirar a algo, mirando a lo
cual se vieran a sí mismos?
ALCIBIADES.–
Evidentemente.
SOCRÁTES.– Pensemos
entonces qué cosa hay que mirándola nos veamos a nosotros mismos también.
ALCIBIADES.–
Evidentemente, Sócrates, los espejos y cosas de ese tipo.
SOCRÁTES.– Dices bien.
¿Y no hay algo de este tipo en los ojos con los que vemos?
ALCIBIADES.– Claro que
sí.
SOCRATES.– ¿No te has
percatado que la cara de quien mira al ojo de otro se refleja en él como en un
espejo, en lo que llamamos la pupila, surgiendo así una imagen del que mira?
ALCIBIADES.– Es verdad
lo que dices.
SOCRATES.– Un ojo,
entonces, contemplando a un ojo, y mirando hacia aquello que es lo mejor en él,
aquello con lo que se ve, se ve entonces también a sí mismo.
ALCIBIADES.– Así parece.
SOCRATES.– Pero si mira
a cualquier otra parte del hombre o a cualesquiera otra cosa, salvo a aquello
en lo que se dé la semejanza, no se verá a sí mismo.
ALCIBIADES.– Es verdad
lo que dices.
SOCRATES.– El ojo,
entonces, si quiere verse a sí mismo deberá mirar hacia un ojo, y
principalmente a aquella parte en la que se da la virtud propia del ojo; ésta
es, supongo, la visión.
ALCIBIADES.– Así es.
SOCRATES.– Así pues,
querido Alcibíades, también si la psique se conoce a sí misma es dirigiendo su
mirada hacia una psique, y especialmente a aquella parte en ella en la que
surge la virtud propia de la psique –la sabiduría– y hacia todas aquellas cosas
que les ocurra asemejársele.
ALCIBIADES.– Así me lo
parece también, Sócrates.
SOCRATES.– ¿Podemos decir
que hay algo en la psique más divino que esto: lo que es para ver las ideas y
pensar con inteligencia?
ALCIBIADES.– No podemos
SOCRATES.– A Dios
ciertamente se parece esto; y aquel que hacia esto mire, también a todo lo
divino conoce, a Dios y a la inteligencia; y este tal se conoce a sí mismo
también.
ALCIBIADES. – Así parece”.
(1)
Sólo conociendo lo
mejor y más cercano a la divinidad en la psique, puede decirse que nos
conocemos. Esto sólo es posible mirándonos en el espejo de la otra psique,
buscando reflejar en lo mejor de ella lo mejor nuestro; es decir, buscando
reflejar la semejanza de la divinidad en la semejanza de la divinidad, como ver
los propios ojos en los ojos del otro.
El ser humano, como es
obvio, está hecho de su encuentro con otros: su carácter esencial tiene que
hacer con su ser social. El encuentro con el otro se realiza en el diálogo. El
reflejo como en un espejo es sólo posible allí; luego, sólo sabemos que somos
propiamente humanos en el diálogo, cuando en él estamos a la altura de lo mejor
en nosotros mismos. Donde esto ocurre por excelencia es en la experiencia del
amor, en la divina locura del amor, por la que nos llegan a los mortales los
mayores bienes (2).
Por eso está la
filosofía inevitablemente vinculada al diálogo y a la conversación entre los
seres humanos. Es cuestión de la necesidad de espejos.
Los
diálogos de Platón son también tales espejos donde conocernos a nosotros
mismos, reflejando, reproduciendo en nuestra inteligencia este discurrir hacia
lo más divino que el gran arte de Platón ha dejado allí plasmado. Pero esos
diálogos no lanzan inevitablemente, como cualquier buen libro, a buscar los
ojos con los cuales proseguir la experiencia.
__________________________
(1)Platón.
Alcibíades I, 132c – 133c
(2)Platón.
Fedro, 244c
Autor:
Alberto Benavides Ganoza.
**Imágenes: Difusión.
*Extraído de Umbral, Revista de Literatura y Ciencia
Páginas: 36-38
Editado por: Antares - 1987
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