Tres presidentes de la República en una semana y cuatro en menos de un lustro. Y, en un sistema democrático. Esto sucedió en el Perú. Creemos que ni los amigos del Guinness, imaginaron, o concibieron, un récord así.
¿Cómo ha podido ocurrir algo semejante? Bueno habrá que buscar explicaciones.
Para la sociedad peruana, como para la del planeta, es una utopía el reconocerse y encontrarse consigo misma. No ha podido, tampoco, identificar e identificarse con lo que es; patria; región; o tribu. Le resulta muy difícil la convivencia armónica como sociedad. Ni tan siquiera ha conseguido la fórmula para coexistir en esa partícula, tan pequeña pero tan estratégica, que es la familia.
De ahí, el hecho, de que la política, concebida como brújula y guía de la sociedad, no llegue a ser entendida o, lo que es aún más triste, sea mal usada por quienes acceden al liderazgo en los niveles de gobierno.
El Perú está a escasos meses de celebrar 200 años, de su independencia, como colonia de España y de convertirse en República. Dos siglos de gobiernos democráticos o de facto. Pero de regímenes que no consolidaron la libertad obtenida con sangre, coraje y muerte.
Desde 1821 llegó un neocolonialismo que sometió a los peruanos a la más pobre educación de Latinoamérica. El Estado, nunca fue capaz de invertir, lo que debiera, en la educación y cultura de su pueblo.
En las últimas cuatro décadas los gobiernos elegidos por el pueblo han sido una constante, con excepción del autogolpe de Alberto Fujimori, en 1992.
Sin embargo las organizaciones políticas no han sacado provecho de ese vivir en democracia. Por el contrario, en estos años se puso en evidencia la viveza criolla de los caudillos para sacar provecho de la ignorancia y escasa cultura de los electores nacionales.
Los últimos gobiernos, en el Perú, escogieron la ruta del delito y la corrupción. Presidentes nacionales, regionales y locales, están presos o procesados. Jueces, militares, empresarios y políticos son a diario acusados.
En este degradante plano se han dado los cuestionables hechos del presente lustro gubernamental. A la llegada de Pedro Pablo Kuczynski, en 2016, surgió la declaración de guerra del partido perdedor. No pararon hasta lograr que PPK dimita y accediera, Martín Vizcarra Cornejo.
Cuando Vizcarra asumió la presidencia el 23 de marzo de 2018, la confrontación del Ejecutivo y Legislativo cobró aún mayor vigencia. El mandatario terminó enfrentado a la mayoría parlamentaria de Fuerza Popular y el Apra. El 30 de setiembre de 2019, MVV, disolvió el Congreso.
En aquel turbulento día, el presidente del disuelto parlamento, Pedro Olaechea, llegó a tomar juramento, a Mercedes Aráoz, como presidente de la República. Ella no llegó a palacio de gobierno pues, en esa oportunidad, las Fuerzas Armadas dieron su respaldo Vizcarra.
Los días que siguieron fueron de constante inestabilidad política. Se buscaba, sin encontrar, remedios para los males. La corrupción destapada en Brasil por el Lavajato seguía remeciendo muros partidarios. Fiscales y jueces libraban una lucha de escándalo y una comisión surgida desde el Ejecutivo planteó reformas en el poder judicial y en los partidos políticos.
Tampoco fue solución la elección de un nuevo congreso. Fraccionado por un electorado que intentó castigar a los desestabilizadores del poder. Ningún partido superó el diez por ciento en la votación. Tampoco entendieron el mensaje del hastío popular.
El Congreso electo, como remedio, resultó ser peor que la enfermedad. Como si llegaran con la pandemia, solo agravaron el nivel político con sus decisiones.
Al agudizarse la confrontación (Ejecutivo–Legislativo) y por ser el último año de gobierno, solo uno de los dos podía liquidar al otro. El Congreso lo hizo. Sin el debido proceso y en plena emergencia, 105 congresistas votaron por la vacancia presidencial y llevaron a Manuel Merino de Lama a palacio de gobierno.
Cuando la política, como arte del bien gobernar, se nutre de malas intenciones, de envidia, mezquindad, o sirve a intereses subalternos, e injustos, pueden provocar un terremoto político. Y eso sucedió.
Foto: Cortesía de Matheus Montejo |
Surgió, de repente, una juventud hecha para la protesta, demostrando que no estaban de espaldas a la realidad. Que ellos son los principales actores de esta revolución industrial. Ahora, de la mano con la revolución en lo digital, ingresaron al terreno político.
Ya quisiera ver esto el gran filósofo español, José Ortega y Gasset (1883-1955) autor de “La Rebelión de las Masas”. Quizás, le serviría para replantear el “hombre masa”.
El presidente de “facto”, Manuel Merino de Lama, tuvo que dejar la banda presidencial a uno de sus colegas, el ingeniero Industrial, Francisco Sagasti Hochhausler.
En la actualidad el congreso ha copado los dos poderes de estado y ahora “al limón”, les toca completar el ciclo de gobierno en este casi increíble lustro gubernamental.
epesquerre@gmail.com
Muy bueno muchas felicitaciones amigo Enrique por su comentario un abrazo
ResponderBorrarMIS SALUDOS Y MIS CONSIDERACIONES, POR TU AMPLIO COMENTARIO DEL POKER DE PRESIDENTES, QUE MAS ADELANTE YA SERA UN QUINTETO (5 ASES ) DE PRESIDENTES SI NO SE QUIERE LA DEMOCRASIA UN GOBIERNO MILITAR.PERO ASI COMO UN HOYOS RUBIO.
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