Los problemas filosóficos
no son acertijos lógicos que se propone un pensador para darse la satisfacción
de exhibir su sutileza conceptual, como el futbolista que driblea con la pelota
para solo exhibir la destreza de sus pies. La filosofía no es un vanidoso
alarde de razonamiento para deslumbrar al desprevenido o al ingenuo. Es la
perplejidad lancinante del hombre que tiene la capacidad de asombrarse ante el
milagro de las cosas y no sabe, en esencia, lo que son; el pasmo del ignorante
ante el ministerio de lo cotidiano y que busca una explicación clara echando a
fondo la integridad y plenitud de su ser.
La filosofía es
transparencia en la superficie de lo profundo. Es el esfuerzo para alcanzar
respuestas traslúcidas a sus punzantes y oscuras interrogaciones. Quien no se
siente comprometido con la totalidad de sí mismo en la indagación de la verdad,
no es un filósofo, es decir, un hombre que anhela el conocimiento. Será, a lo
sumo, un volantinero ágil del raciocinio, un elástico acróbata de la lógica o
un hábil funámbulo de la prueba o de la contra prueba, que se resuelve, a la
postre, en puro y ocioso verbalismo discursivo.
Todo problema filosófico
es una experiencia vital y dramática, un alumbramiento interno que esclarece y
acrecienta, cuando se despeja, nuestra más auténtica y fidedigna condición de
hombre. No es una trivial gimnasia del intelecto o del entendimiento. Es una
peripecia dolorosa y, digamos, casi siempre, trágica, porque desgarra y mata,
en cierta manera, al hombre antiguo para que nazca el hombre nuevo, dueño de una
verdad reciente que hace luz para todos los hombres. La filosofía es una fuerza
operante de radical transformación humana. Filosofía que no transforma al
hombre de alguna manera, ni agita o promueve ninguna centella espiritual que
yace, como soterrada y oculta, esperando el ojo avizor del pensador que la saque
de su confinamiento, no es tal filosofía. Las llamadas técnicas filosóficas al
uso, en las que muchos hacen consistir, exclusivamente, el ejercicio del
pensamiento, son meras pompas multicolores de jabón que se deshacen en espuma
lógica, cuando no en una cosa peor, en estricto onanismo categorial.
Algunos profesores suelen
consagrarse a este frívolo juego que se complace, con voluptuoso hedonismo, en
el simple aparato instrumental de las “identidades” y “contradicciones”
aristotélicas, o en cualquier otra lógica o formalismo categórico no
euclidiano. Esta gente nunca sintió, ni comprendió, ni sufrió, el doliente
pro-blematismo de toda verdadera filosofía. El problema filosófico es una
desgarrante ansiedad, una tortura interior que estremece de angustia nuestro
ser entero.
*Extraído de Meditaciones
Ontológicas
Autor: Antenor Orrego
Páginas: 120 – 123
Editorial: Fondo Editorial
UPAO
** Ilustración de Portada:
"Orrego visto por Julio Esquerre (Esquerriloff)":
Cortesía de enprosayenverso.blogspot.com
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