La
Tradición Oral, contada de unos a otros, de generación en generación y narrada
con sencillez; con la intención de entretener al interlocutor, mantiene viva la
cultura de un lugar, una comunidad.
Los
abuelos relatan sus historias, cautivando a sus oyentes, entre ellos adultos, jóvenes
o pequeños. Estos, deslumbrados, albergarán estos relatos en su memoria y a su
vez volverán a narrarlos a un nuevo público.
A
veces estas narraciones nos exponen situaciones jocosas, también relatan hechos
misteriosos o explican los orígenes de un lugar. Asimismo, narran como es el
inicio de una costumbre, una tradición…
Desde
la comunidad de Chahuaytiri, distrito de Pisac, provincia de Calca de la región
Cusco; un representante de la Tradición Oral: el narrador Lucio Illa Meza, Segundo Premio al Mejor Narrador en el Concurso de
Relatos Orales…
FIESTA
EN CHIUCHILLANI
En
la parte alta de la comunidad de Chahuaytiri hay un cerro, el Pañapuncu. No es
grande. Delante de ese cerrito hay una pampa que se llama Chiuchillani.
Dicen
que hace muchos años allí se puso un día a bailar un pajarito, el pataqumu.
Al
ver su alegría, otras aves, el lequecho y la yuthu (la perdiz), se habían
preguntado: ¿por qué nosotros no podemos de igual modo alegrarnos?
-Vamos
a bailar nosotros también –dijeron, viendo al pataqumu danzando feliz-. ¡Vamos
a bailar bien bonito!
Diciendo
esto entraron a la pampa y empezaron a bailar con tanto gusto que inventaron
una danza y dando saltitos se cruzaban ida y vuelta, ida y vuelta, uno frente
al otro.
Luego
de regocijarse, fatigados, decidieron detenerse; pero había sido tanto el placer
que, gustosos, acordaron repetir el baile para el próximo año, en esa misma
fecha y en ese mismo lugar. Entonces se separaron.
Sin
embargo, no habían estado solos. Habían sido observados por otras aves, la
wallata y el ch’awankiray; éstas muy entusiasmadas por el precioso ritmo y la
contagiante alegría, conversaron y decidieron ellas también entrar a la pampita
y divertirse bailando.
Tanto,
tanto disfrutaron que al cruzarse uno frente al otro, golpeaban sus picos en
son de algarabía. ¡Cómo se divirtieron!
Dicen
que había momentos en que ambas, felices volaban hacia arriba del cerro para
nuevamente retornar a la pampa y reiniciar el baile.
Así,
continuaron por horas, hasta que rendidas detuvieron su danza. Y se despidieron
no sin antes acordar reunirse nuevamente el próximo año, en la misma fecha. Y
en el mismo lugar.
Esto
también lo habían visto la vizcacha y el añaz (el zorrino).
Como
les había deleitado la dichosa danza anterior, se invitaron mutuamente a
bailar. Y la pampa fue suya.
La
vizcacha inició el baile con la cola levantada. Y decía:
-¡Ésta
es mi lanza!
De
igual forma, entonces, el zorrino levantó la cola y también dijo:
-¡Y
ésta es la mía!
Al
cruzarse ambos durante el baile chocaban sus “lanzas”. Y así continuaron por largo
rato, hasta que se cansaron.
Al
concluir, como igualmente habían disfrutado mucho, se despidieron acordando
reencontrarse, el próximo año, en la misma fecha. Y en el mismo lugar.
Esta
vez, también, alguien los había estado observando. Eran la vicuña y el venado. La
vicuña no pudiendo resistirse, se lanzó sola al centro e inició su danza; pero
viendo al venado por el cerro, se le acercó y lo invitó, trayéndolo bonito, con
cariño, hasta la pampa.
Mas
en esta oportunidad, ellos no fueron los únicos que bailaban. ¡Se les unieron
muchas vicuñas y muchos venados! Repitiendo todos mismos gestos y rituales de
los primeros danzantes. Ya por la tarde, se despidieron y, al igual que los
otros animales, convinieron en reunirse de nuevo el próximo año, en la misma
fecha. Y en el mismo lugar.
Al
final, el zorro que había estado mirando tanta alegría y tanta dicha, deseó con
todo su corazón ¡bailar! Pero, encontrándose solo, sin pareja, no supo qué
hacer. Afortunadamente, en ese preciso momento, un joven cóndor sobrevoló el
lugar. El zorro lo llamó contento:
-¡Hey,
taitay mallku, papá polluelo! ¡Me encuentro solo, ven! ¡Acércate!
El
cóndor descendió y se detuvo al borde de la pampa.
El
zorro se apresuró a decirle:
-¿Cómo
voy a bailar así? ¿No podrías ser mi pareja?
El
taita cóndor le contestó:
-¿Y
por qué no voy a poder? ¡Vamos a bailar!
Y
empezaron a danzar y a danzar. El cóndor abriendo las alas y el zorro levantando
la cola. ¡Cuánta alegría había!
En
eso el zorro preguntó al cóndor:
-Pero,
oye, ¿y dónde está tu lanza?
El
cóndor le replicó:
-Es
que yo no tengo lanza. ¡Bailo así nomás!
Y
siguió el cóndor bailando, sólo moviendo las alas.
El
zorro empezó a impacientarse, y mostrando la cola erguida repetía: ¡Esta es mi lanza!
Y exigía que el cóndor mostrase la suya.
Como
el trompudo era muy insistente, llegó a recriminarle:
-Oye
tú: para bailar, siempre hay que tener una lanza. ¿Por qué has venido entonces
aquí, sin tu lanza?
Por
lo que el cóndor, molestándose, reclamó:
-¡Bah,
y yo cómo voy a venir con una lanza si no sabía!
Como
el zorro impertinente persistiera, el irritado cóndor se lo comió.
Dicen
que ese día había pasado por ahí un comerciante que fue testigo del regocijo de
los animales. Y también cuentan que este hombre, recorriendo los pueblos con su
mercadería, contó a la gente como toda clase de animalitos había entrado a la
pampa de Chiuchillani a bailar y a gozarse.
Por
lo que la gente que oía la historia, comentaba:
-¿Y
por qué nosotros no bailamos también?
-Es
que no tenemos un lugar –dijo alguien.
-¡Entonces
vayamos a Chiuchillani, allá bailaremos! –fue la decisión.
Desde
esa vez, las comunidades campesinas van a bailar cada año a ese lugar. Empiezan
a danzar y golpean unos palos de chonta, que les sirven de lanzas. Antes, si
usaban lanzas, pero como se emborrachaban, se golpeaban mal hasta matarse. Por esto
han cambiado y hoy usan la chonta, moviéndose, dando vueltas a estos palos.
Esto
sucedió en tiempos que ahora son de carnaval, durante las fiestas de comadres y
compadres. Y todos los años han seguido así, solteros y solteras, reuniéndose y
bailando. Y llegan cada vez más comunidades. Antes no se llamaban comunidades. Seguramente
eran ayllus antiguos y no sabemos cómo vivirían. Pero lo cierto es que se
juntaban, como ahora, que somos cada vez más, para festejar la alegría, la
vida, la fertilidad.
¡Porque
el baile sigue en Chiuchillani!
¡No
se olvida! Menos ahora último, que con la nueva generación estamos mejorando la
fiesta.
Narrador:
Lucio Illa Meza.
*Extraído de “Cuentos de Nuestros Abuelos
Quechuas”
Autora: Cecilia Granadino
Penalillo.
Páginas: 15 -20
Editorial: Recreo
**Fotografía de Portada: Difusión
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