Recuerdo aquella mañana de setiembre de 1951. Mi capacidad de niño había despertado más reducida aún, como consecuencia de la prolongada fiebre que me afectaba y que me abatía por esos días.
Mi brazo izquierdo
grotescamente deformado tenía la particularidad de horrorizar tanto a mi
familia, como a cuanto vecino curioso se acercaba.
Todo se había
desencadenado a partir de la aplicación deficiente de un inyectable. La aguda
infección era el factor determinante del dramatismo que se vivía en casa y por
ello en aquella mañana, empleaba mis escasas energías para tratar de descifrar
el gesto desesperado de mis padres y especialmente el de mi madre quien parecía
desaparecer entre tantas lágrimas.
Años después, con ayuda
del tiempo, como siempre, pude desvelar el misterio. La noche anterior, después de descartar posibilidades, el médico había recomendado, con la frialdad del
recetario, que mi brazo enfermo fuera amputado.
[...Cuando el médico es
un atrapado sin salida, pareciera que todos quedáramos en su trampa.]
Ante tan sobrecogedor e
"inapelable" cuadro clínico, mi madre optó por recurrir a esa
medicina que siempre aplicó en su vida con verdadero éxito: su fe. Me dijo
entre sollozos que no me preocupara, que le había rezado al “Señor de los
Milagros” pidiéndole que me sanara:
- "Él es muy
milagroso y ya verás como tú mismo, con esta mano, colocas el milagro de plata
que le he prometido...".
Yo asentí moviendo la
cabeza. La quedé mirando como si comprendiera su fe. Nada le dije, pero desde
que mamá afirmara aquello, todo cambió. El Señor de los Milagros, los rezos
interminables de mi familia que se perdían entre cuentas de rosario, la fe de
mi madre; lo cierto fue que mi brazo repentinamente, sin explicación lógica y
clínica, empezó a retornar a la normalidad y de él me valgo ahora, 33 años
después, para escribir este pequeño testimonio.
Recuerdo aquella mañana
de enero del cincuenta y dos, cuando me disponía a cumplir con mi agenda
diaria, copada de variados juegos infantiles.
Mi querida Madre
Alicia, pidió que me preparara para viajar a Trujillo. Ir a la capital del
Departamento tenía sus atractivos para la muchachada de mi tiempo. Aunque en
esa oportunidad, luego lo comprobé, la razón del mismo era la de comprar aquel
milagro de plata con el dibujo de un brazo en alto relieve; aquel milagro
prometido, ya que, en mi explicable inconsecuencia de niño, había olvidado.
Religiosamente entre los últimos días de enero y los primeros de febrero, pero siempre en un domingo, el “Señor de los Milagros de Paiján” recorre las principales calles del pueblo. Su gran «poder de convocatoria» le permite reunir, en esta ciudad, a gente de todas las edades y de todas las partes del país.
Durante uno de los
actos religiosos de enero, aquellos previos a la procesión, llegué guiado por mi
madre al templo de San Salvador y pude colocar, en el manto del Señor, aquella
forma materializada en plata y que traducía nuestro más profundo agradecimiento
por el milagro concedido.
Señor de los Milagros de Paiján - Cortesía de Revista Paiján |
El milagro era y sigue siendo la más significativa condecoración. Es la orden de la fe impuesta por los feligreses paijaneros y en la que se expresa el más puro sentimiento por el Cristo Crucificado.*
Autor: ERPE
(Mayo 1983)
**Fotografía de Portada: Alicia Esquerre
*Extraído
de Revista Paiján
Fecha: Febrero – 2014
Página:
27
Editorial: TESEO Ediciones
Que testimonio de FÉ. Gracias por compartirlo.!!!
ResponderBorrarLa fe de la mamá Alicia fue lo más grande para salvar a su hijo de una amputación del brazo, un testimonio para recordarlo que la fe es lo más grande.
ResponderBorrarLa fe mueve montañas !
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