El primero de mayo la
mayoría de los hombres y las mujeres del planeta celebran el Día del Trabajador. Se conmemora aquel acto noble y sufrido que
caracteriza la estancia del hombre en la Tierra. Descansamos y nos alegramos de
ser hombres valiosos y de conquistar el mundo con nuestra acción, la que
refleja nuestra inteligencia y voluntad.
Pero toda conmemoración
es también una invitación a la reflexión, que no es otra cosa que el pensar. Y
el pensar debe ser grave y sereno a la vez: grave para darse cuenta que el
trabajo del hombre todavía sigue estando a merced de alienaciones y abusos, y
sereno para no caer en la diatriba fácil, el ideologismo barato o el grito
estéril.
Pensar en el trabajo es
preocuparse por el hombre y su condición. Y en esta preocupación no sólo están los
estudiantes y artistas, sino los trabajadores mismos que emprendieron luchas
por sus derechos.
Hace más de un siglo en
el norte de nuestra América, varios trabajadores fueron martirizados. Su gesta
heroica motivó que a partir del año 1889 celebremos este día como aquel que
señala un hito en la vindicación del respeto a ese acto humano que llamamos
trabajo.
Por ello, tan nefasto
puede ser el ideologismo antes señalado, como el fácil optimismo, que por temor
a no traspasar la superficie y calar hondo, claudica sin querer ante un mundo
donde muchas veces campea el atropello, el deshonor e incluso la muerte.
Regocijémonos por la
vida y el trabajo, alegrémonos de lo que nos ennoblece, y como seres con
capacidad de raciocinio exijámonos un pensar grave y sereno que nos permita una
verdadera solidaridad y una mejor condición del hombre.
*Por
Enrique V. Paz Castillo.
**Imagen de Portada: de www.gob.pe
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