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La democracia continúa siendo reconocida, hasta hoy, como el  sistema político de gobierno más y mejor aceptada por los países del mundo. Pese a diversos cuestionamientos, en siglos de vigencia, los pueblos la prefieren.


Es que la sociedad, en la mayoría de países del planeta, parece encontrar en esta forma de gobierno lo más cercano a su ideal de soberanía y manejo del poder.

 

Concebida siglos antes del nacimiento de Cristo, recibió  la impronta de los filósofos griegos, Platón y Aristóteles, en esa incansable búsqueda de una forma ideal para la convivencia social.

 

Un referente histórico de la democracia es el discurso de Abraham Lincoln, en el cementerio de Gettysburg, Pensilvania, después del combate entre “unionistas” y “confederados” en la guerra civil norteamericana: “Es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.  Frases que inmortalizaron este sistema y que, en 1958, quedó adoptada, en el art. 2, de la constitución de la quinta República francesa.

 

Pero, como todo ejercicio humano, la democracia, lejos de ser perfeccionada, ha sido alterada y violada en su realización; como también enfrenta cuestionamientos como modelo de asociación y participación.

 

La imposibilidad de que el pueblo ejerza directamente el poder, ha obligado a diversas formas de gobierno. Desde el gobierno de “uno” (monarquía) pasando por el de “los mejores” (aristocracia) hasta la democracia indirecta o representativa. Modelos expuestos al fracaso, ante la frágil complejidad del ser humano.

 

Quizás el testimonio más recordado y recurrente de la democracia, sea el que consigna la historia religiosa de la “Vida, pasión y muerte de Jesús”. Poncio Pilatos, en la famosa “lavada de manos”, eludió su responsabilidad de sentenciar al hijo de Dios y recurrió al pueblo judío para que sea éste, el que decida. La historia consigna el hecho cruel y la puesta a prueba del pueblo para escoger entre Barrabás, acusado de crímenes y el “pastor de almas”. Consignan también los evangelios que para esa votación no hubo cédulas ni urnas. Fueron los gritos, de los que apoyaron al “malo”, los que determinaron la muerte del “hijo, padre y espíritu santo…”.

 

Es imprescindible y determinante para la salud del gobierno y del pueblo, alcanzar un gran nivel educacional y cultural. Una sociedad bien formada en política, será dueña de un mejor destino como Estado y Nación. Vale también, eso de que “todo pueblo tiene el gobierno que se merece”.

 

En cuanto a formación y práctica democrática en el Perú, los resultados son adversos. En el primer siglo de vida republicana han sido más los gobiernos militares, o el poder a través de la fuerza armada. Después hubo una alternancia de gobiernos elegidos con el voto popular y los de facto. Solo en estas últimas cuatro décadas, se ha podido obtener la vigencia democrática, con excepción del autogolpe fujimorista.

 

Cabe recalcar, igualmente, el manejo bicentenario de los gobiernos de turno en cuanto a la educación y cultura del pueblo peruano. Por mezquindad y torvos intereses quienes gobernaron la patria peruana relegaron el tema educacional en los planes de gobierno. Por ello estamos, en cuanto a Educación, a la zaga de todos los países del mundo.

 

Urge para el Perú, de cara al aún nuevo milenio, la llegada de gobernantes que asuman y cumplan con honestidad y ética el rol que el pueblo, haciendo uso de su derecho a voto, en ejercicio de la democracia, les ha encomendado.

 

Urge, también que los nuevos gobernantes den prioridad a la Educación para el desarrollo y crecimiento de la gran familia que es el Perú.

 

Una educación sin dogmas, ni manipulaciones. Como la concebía George Washington: “La educación es la llave para abrir la puerta de la libertad”. O como acertaba el filósofo peruano, Antenor Orrego: “El sectarismo ha sido en todo tiempo el gran forjador de dogmas, el asesino de toda libertad. El sectario católico y el anarquista tienen un estrecho parentesco a pesar de sus diferencias aparentes. Ambas tienden a momificar el pensamiento en una creencia, a petrificarlo en axiomas…”.

 

Porque un ciudadano educado tendrá mayor capacidad de discernimiento y actuará con responsabilidad a la hora de emitir su voto para elegir a quienes lo representarán, a quienes velarán porque se respeten todos los derechos de todos los ciudadanos y trabajarán para que la patria sea un lugar mejor.

 

En democracia, es el ciudadano el que tiene el poder: el que elige, vigila, juzga; el que avala o sanciona con su voto en las urnas y; de darse el caso, ejerciendo su derecho a protesta, hace oír, literalmente, su voz.

 

 

*Por Enrique Paz Esquerre.

 

**Imagen de Portada: De sociologíainquieta.com

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