La ontología o el pensar sobre el ser es una vía ya poco transitada por los filósofos actuales. Y no porque haya asuntos más gravitantes hacia dónde dirigir nuestro pensamiento, sino porque el hombre moderno parece haber sabido ahogar, con esmero e impudicia, la inquietud por esa realidad última que los filósofos antiguos llamaron el ser.
Toda ontología debe
descansar en una Metafísica, y toda Metafísica estudia al final lo absoluto, y
bajo su luz, lo relativo. Y es en esta perspectiva en que se mueven las
indagaciones de Antenor Orrego. Un buscador espiritual al que muchos, por eso
que Max Sheller llamaba ceguera axiológica, quisieran reducir a simple político
decimonónico.
En Meditaciones Ontológicas, Orrego empieza preguntándose por la
libertad, y cómo esta puede darse en la situación dramática en la que parece
estar siempre la existencia humana. De entrada, el alejamiento de la perspectiva
puramente política está hecho. No es la redención social o la liberación de
agentes externos de lo que nos habla el padre del grupo norte. La distinción
entre las cadenas externas y la mirada dormida de quien no sabe reconocer el ser, es lo que insinúa la vena
metafísica del autor.
Él nos propone la
inmanencia de la libertad. Pues esta no sería algo que el hombre se añade a sí
mismo, sino algo que es parte de su realidad original. Él no se “llena” dándose
la libertad, sino que el hombre solo reconoce y expresa esa libertad. Y esto
último, supone para Orrego llevar la meditación sobre la libertad al terreno
gnoseológico, pues el reconocimiento de esta libertad se hace con los ojos del espíritu.
La razón y el aparato
lógico se repliegan ante la intuición que nos hace reconocernos libres. Pero,
¿qué es esta intuición? La verdadera intuición intelectual, para la tradición
metafísica, exige supra racionalidad. Orrego, quien muestra una clara impronta
bergsoniana, nos habla del “sentimiento de libertad” o de “emoción ontológica”,
reduciendo aparentemente dicha intuición a la dimensión de la afectividad, que
siempre está por debajo del intelecto puro. Este equívoco queda salvado,
creemos, primero por la crítica clara que hace Orrego a la razón discursiva, y
segundo, porque la propia vida anímica puede expresar las verdades del
espíritu: el que conoce la verdad también ama la verdad, y así, el que conoce
la libertad, también puede tener el sentimiento de ella.
Que la razón posee
límites y que la ciencia positiva desontologiza la realidad es algo que Orrego
ha expresado con detenimiento en el capítulo nueve de su Hacia un humanismo americano. Esta vez, con una notoria influencia
del pensamiento de Martín Heidegger, el autor de Meditaciones Ontológicas pone
en evidencia que lo ontológico precede a lo lógico, así que todo discurso
racional es inerme a la hora de expresar lo tremendo del ser. El ser, la estática
instancia parmediana, se resiste al análisis de gabinete y a la insípida
contrastación experimental.
Pero como el ser es esa realidad que no está sometida
a los condicionamientos propios del estado individual, el hombre a través del
camino filosófico busca el ser, y asentado
en él descubre la libertad. De ahí viene la identidad entre ser y libertad. La
libertad es el ser mismo, porque romper los límites de la individualidad es
llegar a la experiencia de Totalidad, como lo manifiesta en los estados de nirvana en la espiritualidad budista, o
del samadhi en el camino del yoga
hindú.
La gnosis es la libertad
porque es la llegada al ser. Y si
esta realidad original se actualiza en el hombre, entonces la vida humana se ve
transformada. Así que la llamada del ser es también la llamada a una vida
auténtica, que no se evade, como dice Orrego, yendo al pasado o al futuro, sino
que ancla su vida en el instante, en la verdadera felicidad del eterno
presente.
Enrique
Paz Castillo.
*Imagen
de Portada: Montañas. Óleo de
Macedonio de la Torre
*Extraído
de Meditaciones Ontológicas
Autor:
Antenor Orrego
Prólogo: Enrique Paz Castillo
Páginas:
09-14
Editorial:
Fondo Editorial UPAO
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