“Conversación entre Lou Marinoff y Daisaku Ikeda”
Ikeda:
Unos médicos amigos me contaron una vez el caso de un paciente que, tras ser
operado con éxito de un cáncer, debió ser internado otra vez, a causa de una
recidiva. Una semana antes de que falleciera, se le acercó una enfermera para
atenderlo. Aunque apenas era capaz de ir al baño por sus propios medios, su
pensamiento constante eran los demás pacientes de la sala; por eso, le dijo: “Yo
estoy bien. Pero hay muchos otros pacientes esperándola, así que, por favor,
empiece por atenderlos a ellos.” La enfermera, sabiendo que los demás no
estaban tan graves como él, se conmovió al ver la consideración inmensa de este
paciente terminal. Poco después, el hombre falleció serenamente. En sus últimos
días, hizo gala de un magnífico estado de vida, que le permitió afrontar la
muerte sin temor y vivir hasta el final amando compasivamente a sus semejantes.
Creo que todos habremos
tenido la experiencia de acercarnos a otra persona para darle ánimo y terminar
siendo nosotros los más alentados. No son las circunstancias objetivas las que
determinan nuestra verdadera grandeza o nuestra felicidad o desdicha. No
siempre estar enfermos o tener problemas es sinónimo de ser infelices. Hay
personas que, en medio de su lucha contra la enfermedad, hacen gala de un
espíritu brillante, mientras que otros individuos sanos no sienten ninguna
satisfacción de vivir.
Toda solía comentar que
“las personas que han pasado por enfermedades graves suelen estar llenas de
vida”. El mismo sufría de una severa dolencia, pero, mientras batallaba contra
su mala salud, vivía dedicado a la paz y a trabajar en bien de la sociedad. La
clave reside en tener una actitud positiva y en vivir una existencia plena, sin
nada que reprocharnos, decididos a superar todas las dificultades.
MARINOFF:
Muchas personas dan por sentada la buena salud y desperdician el valioso don de
la vida en búsquedas que empobrecen, más que enriquecen, su estado vital. Por contraste,
quienes se esfuerzan en llevar una buena vida sin que importe cómo se
manifieste, constituyen seguramente la fuente de las fuerzas perdurables y
enriquecedoras de la humanidad. Así pues, ¿no se desprende de ello que llevar
una buena vida y tener una buena muerte son las dos caras de una misma moneda?
El paciente al que
usted ha aludido tuvo una buena muerte, igual que Sócrates en la antigua Atenas.
Y dada la inspiradora vida que llevó su mentor – tan rica en visión de lo
humano, tan bendecida por el éxito cuando usted ha hecho realidad dicha
visión-, sin duda también debió de tener una buena muerte, libre de
remordimientos.
El poeta William Blake
escribe: “La alegría fecunda; el pesar da a luz.” Blake sabía que uno debe
probar el sufrimiento para dar a luz lo mejor de sí mismo. ¿No es este el
meollo del budismo Mahayana?
…
IKEDA:
Qué observación tan perspicaz… En nuestro diálogo, precisamente, Toynbee
señala:
La dignidad humana no es algo que vayamos
a encontrar en el campo de la tecnología, en la cual nos hemos vuelto tan
duchos. Solo podremos construirla en el terreno moral, y el desarrollo ético se
mide por el grado en que nuestras acciones se basan en la benevolencia y el
amor, más que en la agresividad y el egoísmo.’
Nuestro desarrollo ético
y espiritual no ha seguido el ritmo febril del progreso científico y
tecnológico. Toynbee ponderó seriamente de qué manera podía acortarse esta
distancia.
MARINOFF:
El problema reside en cómo superar la codicia y la agresividad humanas.
IKEDA:
Como ya he dicho, una clave se encuentra en el principio de que los deseos
mundanos son un estímulo para la iluminación, concepto que aparece desarrollado
en el Sutra del loto. El budismo
anterior al Sutra del loto enseñaba
que había que extinguir la interferencia de los deseos mundanos que atormentan
el cuerpo y la mente, mediante largos eones de práctica, para poder,
finalmente, lograr la iluminación. Pero el Sutra
del loto expuso que el objetivo no era erradicar la naturaleza deseante,
sino convertir los deseos en alimento de la iluminación. Toynbee se mostró
profundamente impresionado por esta filosofía.
En el budismo, los
principales factores que obstruyen el logro de la Budeidad son los “tres
venenos” de la codicia, el odio y la estupidez, que destruyen las raíces del bien en el ser humano y lo sumen en la
infelicidad. En el mundo actual, la codicia se suele manifestar como la
búsqueda insaciable de riqueza material; el odio es una manifestación
destructiva y desesperada que se expresa en forma de violencia y agresión, y la
estupidez es la incapacidad de reconocer la dignidad y el valor de la vida
propia o ajena. Estos venenos derivan de la ignorancia primordial que no nos
deja reconocer la verdad y nos conduce a la destrucción de uno mismo y de los
demás.
El budismo enseña que
superar esta ignorancia es el camino para resolver, en el nivel más profundo,
los sufrimientos de la vida y la muerte. En otras palabras, necesitamos
encauzar la energía egoísta de la ira y la codicia en dirección a la
prosperidad y la dicha universales, y canalizar la energía de la estupidez
humana en una vida de servicio a los semejantes.
El budismo Nichiren
enseña la importancia de cultivar un estado elevado y noble. Revela el medio
concreto para lograrlo; es decir, cómo convertir una existencia nublada por la
ignorancia y las ilusiones en una vida sabia o iluminada, capaz de trascender
los sufrimientos inherentes a la vida y la muerte. Creo que esta es una
perspectiva de gran valor, que la ciencia y la medicina harían bien en
considerar.
MARINOFF:
Las enseñanzas budistas siempre son optimistas y ofrecen constantes promesas
para llevar a cabo una transformación positiva. Cada vez más occidentales,
incluso profesionales de la sanidad, están cobrando conciencia de ello.
Por ejemplo, conozco a
un psicólogo clínico que es budista Chan (Zen). Trabaja con pacientes bastante
trastornados, personas que padecen graves problemas de personalidad. Dichos
pacientes requieren una atención exhaustiva, y muchos ni siquiera pueden llevar
una vida normal. Sin embargo, este psicólogo ha descubierto que las prácticas
del budismo Chan, tales como sentarse y cantar salmodias, actúan como catalizador, haciendo que sus pacientes
reaccionen mejor a los demás tratamientos. De modo que el budismo es medicinal,
incluso cuando los venenos están inusualmente arraigados.
La civilización
occidental ha hecho nacer la tecnología científica, la medicina moderna y la
abundancia material. La tecnología médica ha avanzado hasta tal punto que puede
intervenir a nivel microscópico en la biología de la vida y la muerte. Ahora
bien, todo esto es sorprendentemente pobre en cuanto a significado y propósito.
El consejo que doy a
mis clientes consiste básicamente en animarlos a redescubrir el significado de
la vida; las personas pueden recuperar el sentido del significado y el
propósito aprendiendo a recrear valor para sí mismos y para los demás.
IKEDA:
Si nos enfocamos en crear nuevos valores y sentido, podemos vivir de manera más
profunda y trascendente. Esto, a su vez, nos permitirá usar la tecnología y los
demás frutos de la creatividad humana en aras de la felicidad y el desarrollo
social. Pero entonces lo que más necesitamos es una sólida filosofía que
permita este tipo de transformación. Creo que nuestra humanidad primordial es el patrón y el punto de partida
que debemos restablecer en todas las cosas. Sigamos dialogando, de cara a un
renacimiento filosófico que abra los ojos del género humano a las posibilidades
de esta nueva filosofía.
*Extraído de EL
FILÓSOFO INTERIOR
Conversaciones sobre el
poder transformador de la filosofía
(Conversaciones entre
Lou Marinoff y Daisaku Ikeda)
Autor: Lou
Marinoff
Páginas: 68 - 72
Editorial: B.
España.
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