Yo no puedo consentir
que la Sinfonía Pastoral valga más
que mi pequeño sobrino de cinco años llamado Helí.
Yo no puedo tolerar que
Los hermanos Karamazof valgan más que
el portero de mi casa, viejo, pobre y bruto.
Yo no puedo tolerar que
los arlequines de Picasso valgan más que el dedo meñique del más malvado de los
criminales de la tierra.
Antes
que el arte la vida. Esto debe repetirse hoy mejor que
jamás, hoy que los escritores, músicos y pintores se las arreglan para evadir
la vida a todo trance.
Conozco a más de un
poeta moderno que suele encerrarse en su gabinete y sacar de allí versos
desconcertantes de ingeniosidad, ritmos habilísimos, frases, en que la fantasía
llega a espasmos formidables.
¿Su vida? La vida de
este poeta se reduce a dormir hasta las dos de la tarde; levantarse, sin la
menor preocupación, o, a lo más, bostezando de tranquilidad y aburrimiento y
ponerse a almorzar con buenos cigarros hasta las 4 de tarde; leer luego los
periódicos y volver a su cuarto a forjar sus versos ultramodernos, hasta que
vuelve a tener hambre a las 8 de la noche.
A las 10 de la noche
está en un café de artistas, comentando regocijadamente los dichos y hechos de
los amigos y colegas y a la una de la mañana torna a su cuarto, a forjar nuevos
versos asombrosos, hasta las 6 de la mañana, en que se queda dormido.
De una existencia tal
sale, como he dicho, una obra plena de imaginación, rebosante de técnica,
deslumbrante de metáforas e imágenes. Pero, de esa misma suerte de existencia
no sale más; de allí no puede salir más que una gran técnica en el verso y una
suma y sutil habilidad de composición. En cuanto a contenido vital, nada.
César
Vallejo (1926).
*Extraído
de Sueño y pasión por el Perú –
Apuntes sentimentales
** (tomado de:
Vallejo, César. Artículos y
crónicas completos. I. PUCP. Lima 2002.)
Autor: Biblioteca Nacional del Perú
Página:
44
Editorial:
bnp. 2008
*Imagen de Portada: César Vallejo según Pablo Picasso (1938)
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