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Revista Arquetipo

He dado todo lo que era mío.

He abierto de par en par

las puertas

de lo que era mi morada…

Las plantas que sembré

las he dejado

para que otros gocen

de sus flores…

Sin nada me quedé!...

Vinieron los destinos

vestidos de gendármenes

y me lo arrebataron todo

todo…

No sólo mi casa, sino mi huerto…

El huerto que había sembrado de ilusiones,

de esperanzas, de mañana…

Ahora

me encuentro anudada en un hoy

indeciso y perdurable

que atraviesa a lo largo

el hilo de los tiempos

mientras desorientada yo

voy cargando sobre el hombro

mi ayer y mi mañana…


“He dado todo”

De Marisa Romero de Ganoza.

 (Trujillo, 1925)

Poemario inédito.

 

 

Hay una doctrina literaria muy generalmente aceptada y que más de un escritor la ha combatido; pues que ella parece tener por prosélitos, aun aquellas personas cuya inteligencia e ilustración se elevan sobre la generalidad del vulgo.


Hablamos de los que creen que la poesía solo se encuentra en la belleza de la forma, y en la cadencia de un verso, y que no puede ser poeta el que no es versificador.


¿Cuántos de estos versificadores hay, que se llaman poetas, en cuyos versos sonoros y cadenciosos no se encuentra ni un destello de poesía?


En sus composiciones poéticas no se ve más que una prosa monótona sujeta a la rima.


Por el contrario, ¿cuántos escritores, que jamás han hecho un verso, derraman en sus escritos un raudal de la más sublime y delicada poesía?


La poesía no ha sido descubierta ni creada por el hombre. No, así la rima, o el arte de hacer versos, que según lo que nos dice la leyenda, data de un poeta indio, que al ver caer a sus pies una paloma herida, su corazón se conmovió estallando en sollozos que imitaron las palpitaciones del ave moribunda; esta queja medida y modulada fue el origen de los versos.


La poesía es un don divino, un rayo de luz con que Dios ha iluminado la oscura senda de la vida.


Con su misterioso encanto, alivia el hombre sus pesares, ensalza sus amarguras y enjuga sus lágrimas.


La poesía es la expresión del alma, que contempla y canta las bellezas de la naturaleza, ese trono exterior de la magnificencia divina, como la ha llamado un sabio. Ella es el eco que repercute en la tierra, la música celestial que el poeta, en sus horas de inspiración, oye descender del cielo.


Por esto es que los grandes poetas sienten la nostalgia del alma y lloran una patria perdida, creyéndose desterrados en este mundo, que aunque es verdad que les brinda una naturaleza espléndida y rica en tesoros, que el poeta mejor que ningún otro hombre comprende y admira; también es verdad, que un corazón ardiente no encuentra jamás el piélago de amor que ansía, para saciar la sed intensísima que le devora.


Sin embargo, no se crea que por esto queramos sentar el principio de que los poetas deben lamentarse eternamente.


La poesía tiene por base la verdad y la belleza; es por esta razón que nos causan fastidio esos poetas llorones de oficio, que derraman un mar de lágrimas en sus versos, y pasan la vida entre los placeres más vulgares y degradantes. Y como dijo con mucho ingenio un escritor: “Esos poetas cuando se ponen a escribir encuentran las desesperaciones y los tormentos morales, no en el fondo de su alma sino en el de su tintero”.


La época del romanticismo elegíaco ha pasado del todo; ya no producen efecto esos poetas llorones que, sin causa ninguna, y en contradicción con su vida ordinaria, quieren aparecer como sombras llorosas, víctimas de cruel destino.


Entre ese romanticismo llorón y la verdadera poesía, hay una distancia inmensa. Para el uno, parece que su época de apogeo ha pasado completamente; para la verdadera poesía, todos los tiempos serán siempre iguales. Ella está indeleblemente grabada en todas las almas predestinadas, que guardan, como en una urna sagrada, el germen del bien sobre la tierra.


Lamartine ha dicho: “Desgraciado del hombre que no ha sentido siquiera una vez en su vida, todo lo que hay de bello y más grande en ella”.


El sentimiento poético, es el que eleva al hombre a las regiones de lo desconocido y perfecto. O como ha dicho un gran escritor: “La poesía es la posesión momentánea de todo lo que nuestra alma desea”.


El poeta es el gran intérprete de la naturaleza. Él solo comprende y traduce ese lenguaje sublime de creación; que ora agitada o tempestuosa, ora tranquila y apacible, deja escuchar en mil ecos, que alternativamente se confunden, se elevan, se repiten, dejándonos comprender que en medio de esta gran naturaleza hay un alma que se agita, tan inquieta y vehemente como el alma humana.


Él solo comprende y traduce el quejido monótono del sauce que se inclina lánguidamente al soplo de la brisa; el silbido confuso de los millares de insectos, que a la caída del sol, se lanzan en todas direcciones; el canto melodioso de la alondra que llama a su compañera a compartir su amor y su alegría; el murmurio de la fuente que se desliza alegre y bulliciosa bajo un dosel de verdura.


Él solo comprende y traduce esas escenas majestuosas en imponentes, que le presenta el océano con sus horizontes sin límites, los cielos con la inmensidad de sus celestes abismos; el rayo con su imponente fragor, el huracán con el mugido aterrador de sus tempestades; él es, en fin, el que habla a los hombres el lenguaje de los dioses.


En las grandes epopeyas de las naciones, el poeta tiene siempre un canto de entusiasmo para exaltar el fuego sagrado del patriotismo.


La poesía representa el corazón, en el gran jurado que forman los hombres de ciencia y de frío cálculo, alumbrados solamente aún con la luz más fría de su razón. El día que la poesía enmudezca, será preciso que también enmudezca el corazón.


Felices los pueblos cuyo sol tiene el privilegio de encender a sus hijos esa chispa divina que se llama poesía. Ellos están asegurados contra el naufragio que nos amenaza en ese mar de encontrados y turbulentos oleajes que con el nombre de materialismo se agita cada día más tempestuoso e invasor, intentando ahogar nuestra alma, y con ella todas las grandes y nobles aspiraciones del hombre.


Mercedes Cabello de Carbonera.

Diciembre, 21 de 1875.

 

 

*Imagen de Portada: Difusión.

*Poema extraído de:

Antología - Intelectuales Norteñas del Siglo XX

Autor: Agrupación de Escritoras Norteñas del Perú

Página: 77

Editorial: MPT

 

*Texto extraído de:

Mercedes Cabello de Carbonera – Artículos periodísticos y ensayos

Autor: Ismael Pinto Vargas                   

Páginas 77 -80

Editorial: Fondo Editorial del Congreso del Perú. 2017

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