La cosmovisión
amazónica es tan rica y variada. Adentrarse en ella es sin duda una experiencia
de otro mundo; más, si nos introducimos en la aventura de lo desconocido, de lo
que está al margen de lo normal.
Lo idóneo sería aparcar
en el misterioso umbral del chamanismo, brujos, visiones y rituales; desprejuiciados y con actitud
dispuesta a intentar aprehender y comprender ese misterioso universo.
Superstición, ilusión,
alucinación, ¿irrealidad absurda o realidad desconocida, transitada solo por
algunos privilegiados? ¿Existe más de lo que nuestros ojos pueden ver, de lo
que nuestros limitados sentidos pueden percibir?
Relato
“Ino Moxo”
“Ino Moxo dice que las
palabras nacen, crecen y se reproducen, pero no en castellano”
-La verdad no es la verdad sino nuestra verdad –exclama con voz dura y oscura el maestro Ino Moxo-.
¡Es la verdad del oni xuma [en idioma
yora (o amawaka) identifica al ayawaskha], la verdad del chullachaki [Ser
mitológico, demonio, duende], la maldición de Ximu! –lo estoy viendo alterarse
por primera vez, respirando con fuerza hacia el Mishawa que se desliza frente a
la noche y atenúa lentamente su hablar-: Ximu se dedicó a enseñarme todas nuestras
verdades…
Y ya rendido a la
negrura:
-Diría mal si te dijera
que me adapté con facilidad al existir de los amawaka [principal asentamiento
yora, o amawaka. Ubicado en las inmediaciones del río Mishawa], diría mal si te
dijera simplemente que me adapté.
En realidad fue como si
siempre hubiese vivido aquí, madrugando con ellos, yendo de caza, pescando en
medianoche, festejando, guerreando, enamorando, derribando árboles para canoa,
ramajes para leña, acompañando a las hembras a capturar tortugas y huevos de cupiso [tortuga pequeña] bajo las arenas,
aprendiendo a remar sin que gotee ni un ruidito, y a preparar flechas y veneno
de flechas, a enlucir cerbatanas, arcos grandes y soplar dardos sin que el aire
se entere.
Y más que nada estando siempre
cerca del maestro Ximu, en su juntito yendo a todas partes, siendo testigo de
sus ayunos, de sus mareaciones de
invocación, de llamado, de intercambio de conocimientos, deletreando uno a uno
sus icaros [canción mágica] como si yo fuese su tercer labio, y escuchándolo
siempre. Él me enseñó lo que puede saberse, lo que debe, para la utilidad de
los humanos, de los humanos hombres y cosas y animales, de todos los humanos.
Hasta los quince años
duró mi aprendizaje inicial con el maestro Ximu, después con otros jefes que
venían a enseñarme desde lejos y a
practicar. Pero a esa mi edad se murió el gran maestro, poco después de
haberme nombrado primogénito suyo. Se puso su cushma [túnica tejida y decorada
con tintes diversos] ritual cuando sintió lo cerquita de la muerte, para entrar
a la muerte se puso esa cushma amarilla, se despidió de mí sin decir nada a los
demás y se perdió en el monte, desapareció el cuerpo de Ximu echando humo…
Hace cuatro días que
llegamos al pueblo de Ino Moxo, es casi mediodía, varios lagartos negros
descansan bajo el sol, frente y a los costados de nosotros en las playas
brillantes de guijarros, a ambos lados del Mishawa que en este momento va a
vencer, en este instante arranca, se lleva ya los restos del renaco [árbol
descomunal] río abajo hacia el vasto y sagrado Urubamba.
-Algunas de esas cosas,
únicamente algunas he de confiarte –dice despacio Ino Moxi ultimando sus ojos
hasta el renaco que se hunde y reaparece dando tumbos, aferrándose al agua que
lo pierde tras de aquella muyuna [remolino]-. El maestro Ximu me recuperó a mi
nación verdadera y a su sabiduría, él me informó que el milagro está en los
ojos, en las manos que tocan y averiguan, y no en lo que se ve, no en lo
tocado…
Las infancias del raptado partieron en una fiesta larga,
ceremonia bullosa de brebajes y nostalgias feroces, en cuya cima lo
rebautizaron. Extendió los brazos y de lo alto de los matorrales llovió su
nueva vida, Ino Moxo repitieron las ramas golpeadas por el aguacero, Ino Moxo,
como talismán hecho de raíces y de oscuridad. Ino Moxo: “Pantera Negra”.
Enrolado en el saber de
las plantas, los animales tibios, los animales ausentes, las piedras y las
ánimas [espíritu, alma, aparición fantasma y fuerza, esa esencia que habita y
que da vida, que da aliento, que anima
a humanos y animales, vegetales y cosas…], perito en guerrear y aconsejar,
digno de hacerse oír por las sombras y los cuerpos de las sombras, así pensó
Ximu, el joven secuestrado alcanzaría las más altas honduras.
Disfrazado en su
antigua identidad, con ropajes y modales de mestizo, engañaría a los
engañadores, obtendría carabinas y balas de los comerciantes blancos. Después,
regresando a su vida de verdad, mostraría cómo se manejan aquellas cerbatanas
de fierro que dardean tronares y estallidos. Así dispuso Ximu y así lo hizo
adiestrando al raptado desde una noche que no olvida. Desnudo y claro entre
desnudos cobreños, rodeado por los cuerpos de la tribu, recibió su destino al
cabo de una sesión ritual de ayawaskha [nombre keshwa de un bejuco de
propiedades alucinógenas. Se ignora con cuáles otros vegetales mezclan el
ayawaskha los brujos amazónicos, hasta otorgarle los poderes medicinales y de
adivinación en que basa esta liana su fama de infalible].
“¡Visiones, empiecen!”,
exclamó Ximu calibrando los pareceres del alucinógeno en la mente del joven y
apoderándose, con esas dos palabras, de su emoción, sus ánimas, su vida.
Este aprendió que toda
barrera desaparecía, desaparecía todo empalamiento,
entre sus existires y los del viejo Ximu. El más ínfimo gesto del anciano
adquiría, en su atención, caricias de mandato. Lo que Ximu pensaba era mirado y
escuchado por el joven.
Comprendiéndose a
través de relámpagos y sombras, entre visiones lentas y colores, Ximu empezó a
confiarle su paciencia y su fuerza. Le dijo cuáles órdenes debía él aceptar de
las ánimas que viven en el aire, cuáles rumbos preguntar y escuchar del
ayawaskha y cuáles intenciones y operancias, y lo preñó con la capacidad de
ejercer esas órdenes y de transmitirlas, de sanar cuerpos y ánimas, de moldear
su propia vida con manos de servicio.
Primeramente el joven
debió reconocer, en sus minucias, a los boscajes turbios. Entender a la selva.
Las plantas, de una en una, distinguirlas en sus oficios y en sus madres y en
sus nombres. Porque cada vegetal tiene su madre, su vocación, dice. Ídem los
animales, hasta los más inútiles, de uno en uno, hasta los que no existen.
Empezó por los pájaros, dominado por el ayawaskha, en esa su primera mareación amawaka.
“¿Recuerdas cómo es la
panguana [en deleite de carnes, en calidad de cantos y en mañas para no ser
atrapada, la panguana supera a todas las demás perdices de la selva]?”, lo
acosó Ximu. “Quiero que visualices una, ahora, para mí”. Y el joven apretó y
abrió los ojos.
-¡Y ahí estaba la
panguana! –me dice, alta sonrisa, Ino Moxo-. ¡Ahí estaba junto al jefe Ximu y
junto a mí, la panguana! Yo podía verla perfectamente bien, sin cola, con su
plumaje verde manchado de marrón. Los colores del ave eran un solo color con
las reminiscencias de la luz, con la penumbra que se movía atrás de las
antorchas, sobre la hojarasca del suelo. Todo podía verlo allí, sin límites.
Nunca en mi vida he vuelto a ver así, con tanta claridad y con tantos detalles.
-La panguana va a
empezar a moverse –lo alertó Ximu.
Y la panguana se
inquietó, comenzó a dar vueltas en el campo de la visión del joven. Ximu trajo
desde el aire una panguana macho, ordenando, y la pareja de perdices entró en
una danza de enamoramiento revoloteando y “suavepicariñándose”. Apareció una
sombra entre las dos perdices, algo que se hizo nido sobre el piso, y cinco
huevos. La panguana macho se acomodó sobre los cinco huevos azules.
-El macho es el que
empolla –dice Ximu.
-¡Y vi cómo se iban
abriendo los huevos! –exclama Ino Moxo-, ¡y de cada huevo nacían dos panguanas,
ya hechas y derechas, grandecitas…!
-No fue hombre, fue
mujer –le dice don Javier a mi memoria-. Porque el dios Pachakamáite [el
Padre-Dios, el Páwa de la nación asháninka] había dispuesto que Kaametza y
Narowé tuvieran cinco…
Ino Moxo lo interrumpe:
-Después, solamente
mirando las visiones de Ximu, aprendí varias clases de panguanas. Aprendí
trompeteros [ave corredora de nombre onomatopéyico. Canta sin mover el pico,
dentro de sí] y wapapas [ave carnicera, palmípeda, de color pardo oscuro],
muchos pájaros, todos, todos los pájaros. El jefe Ximu iba imitando sus cantos
y ellos aparecían, entraban al campo de mis visiones, animales de día, animales
nocturnos, y después cantaban por su cuenta, solos, y sus voces pasaban a mi
vida, formaban la otra parte de mi repertorio ya para siempre…
Lindos idiomas, hasta
ahora me acuerdo. El jefe Ximu puso mi corazón, puso mi boca, en esos años, en
la voz de esos años, mi cuerpo espiritual y mi cuerpo material. Me enseñó todos
los idiomas, los hablares de los pájaros y también los idiomas de los
vegetales, y los más intrincados de las piedras. Me enseñó a domesticar los
poderes de los vegetales y las piedras, las vocaciones dañosas y honradas de
las hierbas. Más que nada me enseñó a escuchar, me enseñó a saber escucharlas,
puso mi oído sobre sus potencias, en sus conocimientos e ignorares, mediante el
ayawaskha.
Ahora, si me encuentro
con una raíz, con una flor o liana que el maestro Ximu no alcanzó a mostrarme
en las visiones, yo puedo escuchar a esa raíz, a ese arbusto, a esa flor, a esa
liana, y así determino cuál es su ánima, qué soledad la rige, o compañía, cómo
fue que nació, para qué sirve, qué clase de dolencias desmemoria, con qué males
engorda. Y ya sé con qué dietas, con qué icaros se aumentan o desvanecen las
fuerzas de ese vegetal, con qué canciones puedo alimentarlo, con qué
pensamientos fuertes injertarlo. Y lo mismo me pasa con las gentes, lo mismo me
informó de las personas el maestro Ximu. Y algo “peormejor”: Ximu me enseñó a
distinguir los días de las plantas. Porque unos días la planta es hembra y
sirve para una cosa. Y otros días la misma planta es macho y sirve para lo
contrario…
-Si llego a un río
grande estoy salvado –dijo el renaco ausente en mi visión. Después. Ahora
escucho el sitio en que porfiaron las ramas del renaco contra el torrente, me
oigo en su lugar sin poder evitarlo:
-Ayawaskha, en dialecto
amawaka, ¿cómo me dijo usted que…?
-No es justa tu
pregunta –me interrumpe desriéndome con lástima Ino moxo-. En idioma de yoras [miembro
de la nación amazónica del mismo nombre. Los occidentales designan a los yora,
sin razón conocida, como amawakas], completito, no en dialecto: en idioma, las
frases pueden a la vez alejarse para siempre y juntarse, entrelazarse y
separarse para siempre, hasta más lejos de la infinitud…
Y volviendo la cara,
nostalgiado, perdiéndose en la ausencia del renaco en medio del Mishawa:
-Sería por el carácter
de estas selvas, todo este mundo nuestro todavía formándose, ríos que de
improviso transtornan su sentido o descienden sus aguas o las alzan en unas
pocas horas. Tú debes haber visto: si amarras tu canoa sin sacarla del agua, al
amanecer siguiente la encontrarás colgada del aire, si es que la encuentras, y
el río te mirará desde abajo, ya pura piedra, ya en piedra convertida el agua
de su víspera. Otra vez puede pasar al revés: tu piragua se habrá ido amarrada
a las corrientes que crecen sin aviso ni tiempo para nada.
Todavía está haciéndose
este mundo, porfiando su lugar, acomodando aquí su más allá, cayendo con los
barrancos, los árboles gigantescos asomando en las islas que hoy duermen aquí,
como el renaco, y mañana despiertan “lejoslejos”, y en unos instantes
nuevamente se pueblan de plantas, de personas, de animales.
Para ver y entender y
nombrar un mundo así, requerimos hablar también así. Un idioma que decrezca o
ascienda sin anunciar, boscajes de palabras que hoy día están aquí y mañana
despiertan lejos, y en ese instante, dentro de la misma boca, se pueblan de
otros signos, de nuevas resonancias. En castellano te será difícil entenderlo. El
castellano es como un río quieto: cuando dice algo, únicamente dice lo que ese
algo dice. El amawaka no. En idioma amawaka las palabras contienen siempre.
Contienen siempre otras palabras…
Y con voz que solamente
ahora reconozco, Ino Moxo, con una voz de esas veces en el Hotel Tariri de
Pucallpa, manando de la boca cerrada de don Javier:
-Nuestras palabras son
igual que pozos, en esos pozos caben las aguas más diversas: cataratas,
lloviznas de otros tiempos, océanos que fueron y serán de ceniza, remolinos de
ríos y de humanos y lágrimas también.
Son lo mismo que gentes
nuestras palabras y a veces mucho más, no simples portadores de un significado,
de un significado que siempre es un significado solamente, no son esas vasijas
que se aburren con la misma agua guardada hasta que sus personas, sus lenguas,
las olvidan, se rompen o se cansan, tumbadas, menos que muertas. No. En
nuestras vasijas caben ríos enteros, y si acaso se quiebran, si acaso se raja
la envoltura de las palabras, el agua sigue allí, vívida, intacta, corriendo y
renovándose sin parar. Son seres vivos que andan por su cuenta, las palabras,
animales que nunca se repiten, que nunca se resignan a una misma piel, a una
misma temperatura, a unos mismos pasos. Y se juntan lo mismo que panguanas y
tienen descendencia…
“De la palabra tigre y la palabra baile puede nacer orquídeas,
o acaso nazca veneno-de-tohé. De la noche preñada por un tibe, esa casi gaviota de los ríos nuestros, nace la palabra relámpago, que es melliza de la palabra
que en amawaka dice silencio-después-de-la-lluvia. Porque en amawaka no hay un
solo silencio, así, como en tu idioma, en general, callado, que nada dice, sino
muchos silencios distintos, lo mismo que en la selva, lo mismo que en nuestro
mundo visible, y también tantos silencios como existen en los mundos que no se
ven con los ojos del cuerpo material…
“Tienen, pues,
descendencia, las palabras…
“E injusta es tu
pregunta, más por prejuicio virakocha, creo, que por atrevimiento o ignorancia.
Aun así no voy a dejarla sin conocer, sin respuesta. En idioma amawaka el
ayawaskha es oni xuma, escríbelo. Pero oni xuma no significa únicamente
ayawaskha. Verás. Según cómo y para qué se diga, según la hora y el sitio en
que se diga, oni xuma puede decir lo mismo, o decir otra cosa, o decir su
contrario. Si yo pronuncio así, oni xuma, con la voz delgada, brillando, como deletreando
hogueras y no letras, en lo oscuro, oni xuma significa filo-de-piedra-plana. Y
dicha de otro modo significa tristeza-que-no-sale. Y significa
punta-de-la-primera-flecha. Y significa “herida”, que a la vez significa
labio-del-alma. Y siempre, al mismo tiempo, es ayawaskha.
“Ayawaskha, que para
nosotros no es placer fugitivo, ventura o aventurar sin semilla, como para los
virakocha. El ayawaskha es puerta, sí, pero no para huir sino para eternar,
para entrar a esos mundos, para vivir al mismo tiempo en esta y en las otras
naturalezas, para recorrer las provincias de la noche que no tienen distancia,
inabarcables.
“Es por eso que la luz
del oni xuna es negra. No explica. No revela. En lugar de develar misterios,
los respeta, los vuelve más y más misteriosos, más fértiles y pródigos. El oni
xuma riega la tierra desconocida: esa es su manera de alumbrar.
“Y cuando lo invocamos
con urgencia, con hambre y con respeto, con esa entonación de agua finita, de
agua que pasa por entre el abrazo de dos piedras redondas, oni xuma, oni xuma
es costado-de-un-cuchillo-de-piedra. Con él cortamos los dedos del Maligno. Con
él separamos al cuerpo de sus ánimas…
Si un ánima está
enferma, o si corre peligro, la divorciamos de su materia dura, negamos el
contagio, lo empalamos, el ayawaskha nos enseña el origen y la ubicación
del mal, nos dice con qué hierbas, con qué icaros debemos espantarlo.
Y si un cuerpo está
enfermo, igual: lo desprendemos de su ánima para que no la pudra, aislamos
igualmente los lugares del daño, sabemos qué raíces mantienen al cuerpo
espiritual y al ánima material, distantes, separados, hasta que la carne
resucite en el preciso corazón de su salud.
Hasta que su pareja de
aire, su pareja de sombra, vuelva a crecer en el cuerpo lo mismo que un renaco,
inocente, que no sabe solamente lo que sabe la carne, y no le importa ser feliz
o eterno, puesto que ambos estados no son nada sino son para todos. Le da lo
mismo ser para su siempre, o para quien, efímero, lo goza…
Y esto, que no es nada,
es todo.
Hay dones, hay poderes,
hay mandatos. No hay milagro, en el sentido que tu pensamiento le está dando
ahora a la palabra milagro. No hay milagro en la cura, no en la invocación, ni
antes ni después del oni xuma.
Hay raíces y jugo de
raíces, hay cortezas precisas para esto y lo otro, varios tipos de lluvia que
se bebe, y también ciertas piedras. De qué manera, en qué caso utilizarlos,
cuándo y cómo segarlos y prepararlos, eso es lo que sabe el ayawaskha, eso nos
lo transfiere si así lo considera, si el ánima o el cuerpo lo merecen.
Para darte un ejemplo:
si tú vives tan solo para tu propia vida, ya elegiste morir. Y como nada
logrará sanarte, aunque por fuera parezca que has nacido y sigues viviendo,
morirás, ya te has muerto. Pero si permaneces en tu sitio, si tu alma está en
su sitio y tu cuerpo en su sitio, sin arrebatarle a nada ni a nadie su espacio
de vivir, entonces no habrá mal que se defienda.
El oni xuma me aconseja, me dicta el vegetal y el
pensamiento fuerte, la medicina exacta que limpiará la tierra y el aire de los cuerpos. Para eso
es preciso el oni xuma: para que el enfermo no avance, no retroceda y al mismo
tiempo no se detenga. Para que la sangre secreta del enfermo prosiga. Te hablo
de la sangre que alimenta al sueño, sin márgenes, como antes circulaban las
existencias de los asháninka [así se denominan y nominan a su nación los
nativos que habitan principalmente el Gran Pajonal y sus alrededores. Asháninka,
en su idioma significa hombre. Los demás, para ellos, somos chori (gente de cordilleras, keshwas o
mestizos) o somos virakocha
(usurpadores, blancos, invasores)…], de los campa, el tiempo de los hombres
dentro del sueño, el tiempo de los hombres en el tiempo perfecto.
“Eso es todo, y es nada,
ya te dije. Cuando se sabe llamar al ayawaskha,
todo imposible es fácil. No hay error, no hay milagro. Hay lo que
merecemos conocer y lo que merecemos ignorar. Eso es lo que los urus [ Uros. Miembros
de la nación del mismo nombre, que habitan la altiplanicie donde persiste el
lago Titikaka…] ignoraron en su sabiduría. Todo es merecimiento.
Cada dolencia, cada
enfermedad, viene al mundo detrás de su remedio. Lo que pasa es que hay cuerpos
que merecen ser uno con sus ánimas, limpios hasta que ni se noten sus junturas,
y hay otros que merecen el desequilibrio constante, siempre huérfanos de algo,
viudos, solteros de algo, metidos en sí mismos como una cueva dentro de otra
cueva.
Como ciegos que fueran tuertos,
además de ser ciegos. Incapaces de darle nada al mundo, sin jamás aprender que las ánimas se alimentan de ofrendas, las
ánimas se alimentan de ofrendarse, y que son
más conforme más se entregan, y conforme más dan, poseen más. Y no da el que da
de lo que tiene.
Da únicamente el que da
de sí mismo, el que da de su vida en la tierra de esta vida. Sí, amigo Soriano,
de dar alimento es que se alimentan las ánimas. Y la ceniza se vuelve agua
cuando un sediento la besa. Pero hay quienes lo ignoran ignorándose, ni lo
afirman ni lo niegan, no merecen ser cuerpos tales cuerpos, ocupan un vacío en
este mundo, en las infinitas existencias del mundo, y por eso les falta siempre
todo, algo de aire, un “menosmás” de tierra, su ánima en desacuerdo, inservible,
su carne en desacuerdo.
El oni xuma sabe
desmezclarlos. Para eso es filo de piedra plana, es herida y cuchillo y es
punta de la primera flecha de la última costilla, y es aguja que cose o que
desgarra. Sabe apartar los cuerpos de sus ánimas y sabe retornarlos. Sabe quién
sí, quién no, es digno de esta vida, o es digno de las otras, o es digno de
ninguna. Yo obedezco apenas. Sin la luz negra del oni xuma ni siquiera
ignorante es lo que soy. Ni siquiera me equivoco, acierto al revés, que es
distintísimo, el ayawaskha me convierte en su instrumento más desdichado por lo
poderoso. Si es mucho lo que desconozco, lo que no alcanzo a ver, no importa:
el ayawaskha sabe.
Todo es merecimiento.
El ayawaskha ordena, o desordena, yo obedezco. Si no me ordena nada obedezco
igualmente. Y si me ordena posponer la muerte, ¡entonces sí, entonces
transformo cualquier daño en recuerdo…!
“Así es, creo haber
dicho ya más de lo que su pregunta quería conocer. ¿Lo ve usted? Las palabras
ponen en movimiento otras palabras, desamarran potencias, liberan otras
fuerzas. Si la persona que oye mis palabras tan solo sabe oír mis palabras, es
una lástima pero no interesa: ya se hallan las potencias por ahí, desde el
aire, recorriendo y transformando el mundo. ¿No ve? Ya se lo dije. Todo es
merecimiento.
-¿O sea que el
ayawaskha abre la puerta para que penetre la salud?
-Todo es merecimiento,
joven Soriano –semigirando el rostro una vez, otra vez, distrayendo mirares en
el suelo, bajo una pomarrosa que hasta ayer no había visto-. Mira estas
hormiguitas, se llaman citarácuy [hormiga
enorme, su mordedura carece de dolor y
de ponzoña…]. ¿Sabías que predicen el futuro?
Yo, silencio, “se está
mofando”, pienso.
-Mírales cómo corren a
protegerse de la lluvia –dice Ino Moxo-, apurándose corren, mírales cómo se
atolondran buscando el caserío, ingratamente, dejando atrás al tiempo que las
guió.
La citarácuy sabe que
dentro de unas horas, cinco o siete horas, ella sabe, va a ponerse a llover. Pero
lo que para estas hormiguitas es unas horas, considerando el tiempo de su vida,
para nosotros serían diez o quince años cuando menos. ¿Qué hombre podría
predecir, preciso, que dentro de quince años y a tal hora exacta va a ponerse a
llover?
Muchos animales de por
aquí los saben. Hasta ciertas flores, anticipándose, se cierran, se esconden
mucho antes de que llueva. Y más cosas presagian por aquí. Yo he sabido, el
aire me ha brindado, que hace bastantes antes todos los humanos sabían de
antemano, en el tiempo sin tiempo los he visto. Miraban el porvenir como quien
ve lo que se ha ido ya. Con el tiempo quizás, o con su noche, fueron
extraviando esos poderes.
Hoy solo algunos
pueden, generalmente niños, o shirimpiáres [hechicero poderoso, especialista de
alto rango que apela al tabaco fumado para sus curaciones y rituales…], brujos.
De recién nacidos todos tenemos tales dones, muchos poderes más, pero cuando
avanzamos, crecemos hacia atrás, por cuál razón será, y lo vamos perdiendo.
El hablar, por ejemplo.
Ahora estoy hablando para ti. Si no, más que seguro, hablaría de otros modos,
no desenvolvería los conceptos según a tu manera. Pero tengo que usar de tus
palabras, por fuerza, tengo que someter a mis palabras dentro de las tuyas,
adaptar mis pensares y callar otros que no caben, que se rebelan a ese encierro
que ustedes llaman coherencia. Si tuviéramos tiempo, tiempo de merecer, acaso
podría enseñarte a utilizar mis ojos, a decir con mi boca, entenderías acaso.
Ahora tengo que rebajarlo todo. El problema es el tiempo.
Y el maestro Ino Moxo,
como alejando su boca, no su voz, de mi creciente interés, de su propio cuerpo
sentado sobre el tronco frente al río Mapuya, y haciéndose más débil y lento en
sus palabras:
-Dentro de poco tengo
que marcharme. El problema es el tiempo, este tiempo. Y por más que me esperes,
no podrás esperarme. Mi tiempo no es tu tiempo sino el tiempo del jefe Ximu.
Anoche he soñado con el jefe Ximu, he vuelto a verlo, ha desaparecido echando
humo, el tiempo de su cuerpo, un gran humo amarillo…
César
Calvo Soriano.
*Imagen
de Portada: Obra de Pablo Amaringo,
pintor amazónico.
**Relato
y vocabulario extraídos de “LAS TRES MITADES DE INO MOXO y otros
brujos de la Amazonía”
Autor:
César Calvo
Páginas:
200 – 209 / 269 - 311
Editorial:
PEISA - 2020
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