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La contribución del negro a la configuración integral de nuestro folklore es sencillamente notable y diferente. En este breve estudio preliminar trataremos de esbozar unos apuntes en relación con los hechos vernaculares más importantes, partiendo de la premisa de que el negro ha enriquecido casi todo el cuadro de materias folklóricas.

 

Literatura oral:

 

En lo concerniente al factor lexicográfico, Pedro M. Benvenutto Murrieta ha investigado pacientemente, afirmando que…


“la reducidísima contribución de los dialectos africanos al castellano en el Perú […] proviene sin duda de la pluralidad de formas con que los negros abandonaban su habla propia para adoptar la española que es probable que utilizaran para entenderse entre ellos mismos cuando eran naciones diferentes.

De su procedencia puede colegirse que lingüísticamente pertenecían sus dialectos al dilatado bantú y al manfú”, (El lenguaje peruano. P.6).


Dentro de nuestro lenguaje, especialmente el popular, figuran las voces: carimba (del quimbundo ke-rimbu): “marca que con hierro encendido se ponía a los esclavos”; cachimba (del quimbundo kixima): “pipa de fumar”; cunda (del malinké kunda): “mozo, alegre, astuto para la picardía); congo: “retaco”; carimba (del quimbundo mataku): “posaderas”; yaya (del congo yaya): “dolor, cicatriz”; cajombo: “mulatillo”; underejá, interjección; caracumbé: “apodo festivo del negro”; cafifia, “excremento”; cambuto: “regordete”; cucamba: “aplicase a la mujer pequeña, gorda y desgarbada”; macuito: despectivo por “negro”; majunfia: “tramposo en el juego”; acuja, “estribillo de los fonderos piuranos”; macuá: “combinación con fines ilícitos”.


Esos y otros términos han permitido configurar una jerga especial, a la que se llama cantar la replana, donde guardan particular cabida las difundidas palabras grane (negro), zambo (producto de un cruce entre la raza negra y la casta mulata), hasta las frases como “¡A la tina el negro!”, que según Carlos Camino Calderón fue “horrible mandato que en las tinas  -fábricas de jabón, en el Norte- significaba que el negro esclavo había delinquido, debía ser arrojado vivo al enorme prisma de guarangos unidos y estopados con fibras de coco, en cuyo fondo de cobre hervía el jabón” y que, ahora, por extensión, es sinónimo de “cargamontón”. “Andai zamba, mocha!”, insulto; “¡Ahora, zamba, cómo no!”, llegada de la fuga de la zamacueca; y las graciosas y socarronas expresiones: “Aunque te lave fray Martín de Porras, ¡nequáquam!”, que se decía a los zambos que intentaban despercudirse; “Gallinazo no canta en puna”, aludiendo a que los negros no pueden vivir bien en la sierra; y el ya famoso decir de don Ricardo Palma, que en el Perú “quien no tiene de inga, tiene de  mandinga”.


Acuarela de Pancho Fierro

Innumerables son las coplas y cantares que pasaron de generación en generación entre la población negroide. Destacan las siguientes:

 

Negro, cara de aceituna,

que dices sos de Ayabaca;

todos los días te veyo

de una banda a la otra banda.

Te arqueyas para remar

y te brilla el espinazo;

negro, aunque al río te caigas,

no te comen los lagartos.

Negrito soy,

yo no niego mi color,

pues de las especerías

la pimienta es la mejor.

 

Como una y una son dos

por las morenas me muero;

lo blanco lo hizo un platero

lo moreno lo hizo Dios.

 

Malhaya a Piedra-Liza

donde yo me resbalé

daca la mano zambita,

que yo te levantaré.

 


Danzas, bailes e instrumentos musicales:

 


La presencia de elementos y caracteres negroides en muchos aspectos de la coreografía peruana ha sido dilucidada por estudiosos como Roberto Mac-Lean y Estenos y Fernando Romero. Numerosos cronistas nos dan fe de ello; el enigmático Concolorcorvo, en su jugoso y picaresco libro El lazarillo de ciegos caminantes, manifiesta “[…] sus danzas se reducen a menear la barriga y las caderas […]”. Por su parte, el obispo Baltazar Jaime Martínez de Compañón, con motivo de una visita pastoral a sus diócesis (1782- 1788), captó en una acuarela la Danza de los diablicos, en la que uno de los danzarines tañe una quijada de burro, y que años más tarde captará también el pincel costumbrista de Pancho Fierro (1803-1870), famoso pintor mulato. La danza Son de los diablos aún tiene esporádica vigencia en la costa de Lima y, a no ser –como especifica el último número de la prestigiosa revista Cultura Peruana- por la diligencia de Cirilo Portugués y Manucho Munarra, ya se habría extinguido; son ellos que mantienen la tradición en el viejo barrio de Cocharcas, en Ayacucho, la que, según Manuel E. Bustamante, se denomina Son don diablos. Asimismo, hubo otras danzas con elementos coreográficos comunes con otras africanas, entre las que vale citar: la zamba, caríate, calenda y algunas que todavía persisten, como los diablillos (Cañete), negritos congo (Ayacucho), negritos calificativo común a una danza que subsiste en la quebrada de Humay (Ica), en la festividad de la Virgen de Cocharcas (Sapallanga, Huancayo), en la costa norte, tan popular con su estribillo clásico: “Negrito de brea/ flor de Panamá/ uno se me queda/ y otro se me va”.


Poderosa y diligente es la influencia negra en la conformación de muchos bailes peruanos; específicamente en la marinera, cuyo origen “tiene la más limpia carta de ciudadanía, por nacional, criolla o mestiza, todo lo cual es ser peruana. Ella, como nuestro pueblo dorado y conquistador, al esclavo de ébano africano y al quechua cobrizo y sentimental (Fernando Romero), pero en lo que viene a través de su madre la zamacueca”; luego destacan el tondero, variante norteña de la marinera, según el poeta José Gálvez; la zamba colonial; la zamacueca, cuyo apelativo fue mentado por Segura hacia 1842 y 1862, al igual que la mozamala, nombre de una de sus comedias; la resbalosa; el agua é nieve, cuya virtud es poner en relieve la excelente reputación y calidad de zapateadores que poseen los negros, y el festejo,  muchos de los cuales han sido revividos por el moderno espectáculo coreográfico Pancho Fierro, que ha logrado rotundo éxito en nuestro primer teatro.


En este marco de ritmo candente y zigzagueante surge la saña, calificada por Roberto Mac-Lean y Estenos de “[…] canción profano-religiosa, burlesca, y satírica, protesta disfrazada de ritmo sui géneris y así llamada porque surgió en esa gran ciudad colonial que fue Zaña, destruida por la inundación pavorosa y en cuya estructura se distinguen tres partes: 1) la glosa, con un contenido satírico y burlesco, producto de la adaptación; 2) el dulce, voz preventiva y anunciadora, enlace entre  el antecedente y el consecuente; y 3) la fuga, desbordante y tremenda, alegría frenética en el canto y orgiástica en el baile, herencia negra desafiadora de edades, característica negra, conservada hasta nuestros días, pese a todas las esclavitudes y a todos los tiempos” (Negros en el Nuevo Mundo, p. 139).


En este proceso de las danzas y bailes, “[…] fácil es colegir que algunos instrumentos musicales de nuestra costa tuvieran un probable origen africano”. Entre ellos mencionaremos los idiófonos, como el cajón, al que Hildebrando Castro Pozo hace provenir del tam-tam mozambique; las quijadas (de burro particularmente), que en Lima se denomina carachacha, y acompañan a la danza Son de los diablos; la maraca y las tejoletas; diófonos arañadores; ganza, güiro o recoreco; mandranófonos: replicador o llamador; tamboril, checo; y los tambores de tronco, de marcha, de botija y de dos parches; cordáfonos: rucumbo, bandola, marimba; y aerófonos: flautín y flauta de nariz.

 

Amador Ballumbrosio

Ciencias y supersticiones:

 

Hondo y vertebral es el filón de creencias y supersticiones que ha dejado el negro; este factor ya lo advirtió Atilio Sivirichi al decir que “los esclavos negros aportaron al Perú supersticiones y su animismo disfrazado de secreto y de silencio”. En este sentido es dable remarcar:

El signo de buen augurio el encontrarse con un negro, y por extensión con todo lo relacionado al color negro: gatos, perros, muñecas, etc.

-Creer que de los Tres Reyes Magos, Baltazar es el que hace más milagros.

-El perro negro es el más valiente, fiel y seguro guardián de la casa.

-Considerar la sangre de toro negro como tónico excelente.

Y, en suma, una serie crecida de manifestaciones que merecen estudios especiales, de preferencia en las zonas de influencia negra.

 

Fiestas y ceremonias tradicionales:

 

Las fiestas y ceremonias tradicionales construyen una de las facetas más importantes de la aportación negroide al folklore peruano. Al decir de Sivirichi, tuvieron trascendental rollas cofradías como agrupaciones de protección, pero con fines religiosos de fetichismo afrocatólico. Bajo el amparo de las cofradías, los negros aportaron sus manifestaciones paganas a las festividades católicas. Es así que en “[…] el folklore religioso sorprendemos la causa primordial de la africanización de gran parte del Perú. Blancos, negros e indios rinden culto al Rey Baltazar, a San Benito y a Santa Bárbara, triada negra del santoral católico”.


De otro lado las procesiones en la costa son trasuntos del paganismo fetichista de los negros africanos. Ahí está la procesión típica del Señor de los Milagros, con caracteres netamente afroperuanos en que se conservan los coros, los penitentes, los hábitos morados y el ritualismo preponderantemente negroide (Sivirichi). El mismo origen de la tradicional festividad del Señor de los Milagros tiene ascendencia negra, pues, cuando el año 1651, Benito, el negro liberto pinto la efigie del Cristo crucificado en un muro de una de las cofradías de su casta en el barrio de Pachacamilla, no se imaginó que su culto a través de los siglos constituiría una de las más expresivas y multitudinarias expresiones del misticismo colectivo y de profunda raigambre popular. Luego se proyectó con caracteres nacionales a todo nuestro territorio y se constituyó en homenaje perenne y gigante de peruanidad al Cristo morado de Lima.


Los cultos en torno al Señor de los Milagros tienen mucho de influencia negroide, desde el color morado de los hábitos, la reunión de los hermanos cargadores que exclaman socarronamente “[…] paso hermanitos, que el Señor se avienta”, o piensan que el Señor todos los años se lleva a un hermano, hasta la nota más saltante y sugestiva, la relativa a la venta de turrones de Doña Pepa, mulata que creó con sumo arte la sabrosa golosina que la personifica y que ha logrado inmortalizarse, “[…] porque su gollería se sigue pregonando por todos los barrios de la vieja y nueva Lima.”.




Fervorosa acogida y vital significado tienen el ánimo religioso del negro el culto a fray Martín de Porres, a quien Aurelio Miro Quesada Sosa designa, como “[…] el Beato simpático por excelencia, el mulato propicio y servicial, amigo de las aves, de los humildes y de los poetas”, y que según narra Ricardo Palma, lograra reunir perro, pericote y gato en una fuente de alimentos, al igual que obras, innumerables, milagros y gracias. Dentro de la “gente de color” o de las “piezas de ébano”, el culto a fray Martín de Porres es antiguo y multiforme, pues se entremezcla con visos supersticiosos que demuestran una escondida simpatía por el negro. No faltan en los hogares esculturas, detentes y estampas de fray Martín. Se cree que es el diario barredor de las desdichas familiares, ya que las escobitas del santo tienen valor de amuleto. Se lo invoca con variados calificativos: Martincito, negrito bueno…

 César A. Ángeles Caballero.

 

 

*Extraído de “EL NEGRO EN LA LITERATURA Y EL FOLKLORE PERUANOS”.

Autor: César A. Ángeles Caballero.

Páginas 13-19.

Editorial San Marcos. Perú. 2016.

**Imágenes: Difusión.

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