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Soy decididamente una mala persona. Eso significa, entre otras cosas, que las historias ajenas de padecimientos corporales y mala fortuna no me mueven un pelo. Según el corpus de documentales del género true crime de Netflix, esa falta de empatía es típica de los psicópatas. En todo caso, es un rasgo que me aleja del público objetivo de Triage (2023), el EP debut de Julio Aldana: me enteré de su existencia gracias a una nota de La República que narraba en detalle el calvario por el que pasó este joven profesor universitario debido al cáncer que padeció su hija Ana Paula, una niña pequeña. Ella, felizmente, está hoy fuera de peligro, habiéndose recuperado luego de una delicada operación. Me bastó conocer ese detalle para olvidarme inmediatamente del asunto.       

                           

El problema es que varios meses después escuché el disco y me llevé algunas sorpresas. No estoy diciendo que Triage sea una obra maestra ni que su autor se abstenga de buscar inspiración en la historia de su familia. Evidentemente, el disco lleva la marca del sufrimiento y de la espera. Y respeto a quienes se interesan en esto por razones humanitarias. Lo que quiero hacer aquí es algo distinto: quiero defender a Aldana musicalmente, porque creo que lo merece y porque nadie espera que La República escoja ese tipo de ángulo. Este pequeño EP de 6 temas y 21 minutos de duración tiene elementos excesivos en su retórica (para un corazón pétreo como el mío, las letras rozan la sensiblería) y una producción de bajo coste que le da un aspecto de maqueta, más que de un disco perfectamente acabado. Pero que me parta un rayo si no es cierto que, estructuralmente, Triage da cuenta de una ambición extraña. Y es ahí donde este psicópata se empieza a emocionar.

 

Sé poco de la carrera musical de Aldana: entiendo que fue cantante y compositor de una banda grunge llamada Vesania, a mediados de los 2000, y que luego dejó la música, al menos públicamente, durante cerca de veinte años. Hasta que apareció este disco. Él lo define como “un regalo para ella [Ana Paula], un testimonio de amor traducido en música sobre el proceso que padecen las personas que tienen esta enfermedad y un símbolo de esperanza sobre su recuperación”. Es también “una catarsis personal”. De hecho, el EP se llama Triage “porque aquel cubículo médico por donde pasan los enfermos al ingresar al hospital fue el espacio más transitado por mí y por mi familia durante la enfermedad de mi hija”.

 

Julio Aldana Hidalgo

El primer aspecto musical sobre el que quiero incidir es que la producción estuvo a cargo de Léolus, exmiembro de la banda de rock progresivo Jardín de Piedra, y, aunque las composiciones son de Aldana, Léolus tiene una influencia importante en el sonido del disco: a mi modo de ver, puede ser considerado prácticamente como un coautor. No solo realizó intrincados arreglos orquestales para la mayoría de temas, sino que toca la guitarra, el bajo y el piano en el disco. Entre sus trabajos anteriores destaca el álbum Mapa Universo (2009) de Jardín de Piedra, banda en la que fue compositor y guitarrista principal, y Viaje a la Necrópolis (2022), una placa conceptual de sonido más heavy que lanzó como músico solista.

 

Decía entonces que Triage cuenta con elaborados acompañamientos orquestales. Fueron grabados de manera casera, con instrumentos MIDI, una solución que facilita las cosas, pero también genera problemas: principalmente, un sonido que carece de la calidez y la presencia del instrumental clásico grabado en vivo. Pero lo que Triage tiene a su favor es la hibridez de su idioma musical: composiciones de sensibilidad pop-rock con arreglos que tienen un pie en la música clásica y otro en el avant-garde pop. Los temas exploran técnicas como el contrapunto a más de 3 partes, la armonía negativa, las melodías palindrómicas, la polimetría y la polirritmia. Si esto suena peculiar es porque, efectivamente, lo es.

 

La pieza que abre el disco, “Obertura”, marca la pauta: es una composición de atmósfera cinematográfica para un ensamble de cornos y cuerdas. Lo que me llama la atención es que la forma está conectada con el solo de la canción “Luz”, del que toma las tres primeras notas y las desarrolla. El resultado es una breve estructura contrapuntística a 3 voces, un interesante entramado polifónico que, sin embargo, no nos aleja demasiado del rock: se escuchan ecos de “Good Night”, el clásico de The Beatles.

 


El siguiente tema, “Círculos”, es una canción rock construida sobre una estructura métrica irregular, donde los compases se intercambian en las estrofas añadiendo un tiempo, a manera de progresión aritmética: empieza en 3/4, pasa a 4/4, luego a 5/4 y termina en 6/4, procedimiento que se repite a lo largo de la canción con ciertas variaciones (Radiohead hizo algo similar en “Sail to the Moon”). La orquestación MIDI incluye piano, sintetizadores, piano preparado e intervenido con efectos, flauta, cornos, cuerdas, metales y guitarras eléctricas. Una de las peculiaridades de esta canción es el uso de palíndromos: los arreglos de guitarra de las estrofas están organizados de esta manera, expuestos y luego retrogradados, de modo similar a un canon, lo que refuerza el concepto de la canción: la circularidad.

 


“Luz”, como decía, está vinculada con la “Obertura”, que aparece esta vez en una versión extendida a 6 voces. La composición está escrita en un compás de 6/8 y para un ensamble de guitarras eléctricas, bajo, batería, cuerdas, metales, maderas, sintetizadores, piano, voces corales y celesta. Este último instrumento alude a un universo infantil, como también lo hace el empleo ocasional de sonidos de juguetes, mientras que los arpegios de guitarra introducen una sonoridad típica de la nueva ola de mediados de los sesenta. En suma, estamos ante una canción muy elaborada, de carácter plácido y melancólico. En términos formales, resalta el solo de guitarra, que fluctúa entre compases de 3/4 y 4/4; y una amalgama en el puente con un contrapunto de tres solos que desembocan en una coda, donde la orquestación alcanza el clímax, mientras que las voces interpretan melodías que se alternan y se superponen en forma de polimetrías y que aportan un elemento de contraste y desequilibrio.

 

Dicho esto, me parece que el tema más interesante es “Mater”, una minisuite instrumental compuesta de ocho secciones breves. El título de cada sección alude a un episodio vivido por Aldana y su hija durante el proceso de la enfermedad (“Father´s Lament”, “Mother’s Milk”, “Ancient Cry”, “The Stalker”, “I Snatch Her”, “Go home and come”, “Stay” y “Burst”). Mientras que las dos primeras partes están construidas por tejidos contrapuntísticos, la tercera está basada en un diálogo dramático entre el piano y el bajo, con acompañamiento de orquesta y de una guitarra que —si mis oídos no me engañan— toca a ritmo de chacarera. La cuarta parte, en cambio, trae reminiscencias de King Crimson: sobre las arenas movedizas de un cambio de métrica constante, se dibujan motivos de guitarra en la tradición de Robert Fripp, mientras que el bajo intenta robarse por momentos el protagonismo de la canción. Al final de un interludio psicodélico llega la sexta parte, muy sentida, donde se establece un juego entre la guitarra eléctrica, que toca arpegios ayacuchanos, y una sección de cuerdas minimalista. El final de “Mater” es sin duda el logro más memorable del disco: está marcado por el retorno de las voces corales, acompañadas por timbales orquestales, maderas y metales que generan un clima de cierre sinfónico. La letra menciona unas “campanas en el cielo” en alusión directa al final de la película Breaking the Waves de Lars von Trier. El tono es juguetonamente cristiano: la redención es festiva, pero ha llegado tras un arduo sufrimiento.

 


El último tramo del disco cambia de tono: se simplifican las texturas y la atmósfera se torna intimista. “Paziente (outro)” es un tema que dura apenas un minuto y medio, y está compuesto para piano, voz y discretos sonidos de sintetizador. Tiene algo de minimalismo cinematográfico. En términos estructurales, está conectado con el material de “Luz”, que es retomado de forma retrogradada y pasado a la tonalidad menor, a manera de armonía negativa. La melodía repetitiva asemeja esta canción a una suerte de mantra: Aldana nos dice que “Solo queda esperar / Pronto va a terminar”.

 

Hay ternura y resignación en el aire. Esos sentimientos se prolongan en la última canción, “Luz (versión piano)”, una balada para voz, piano y sintetizador que revisita la estructura de “Luz”, esta vez en clave jazzy. En términos de performance vocal, es tal vez el momento más conmovedor del disco: hay ecos de Spinetta y aires de chamber pop. Un final sentido para un disco en el que cada tema esconde complejidades inesperadas, por más breves y aparentemente rockeras que sean las formas con las que trabaja el tándem creativo de Aldana y Léolus. Espero, en todo caso, que este extraño objeto sonoro —a medio camino entre el ritual familiar y el disco conceptual, y entre la maqueta grabada en un garaje y la composición sinfónico-coral— anuncie nuevas, y más ambiciosas, colaboraciones entre estos músicos.

 

 

*Por Alonso Almenara.

**Imágenes extraídas de:

m.soundcloud.com/jxaldana

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