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Soñando un país con pan te fuiste.

Cantando  una nación con luz volverás.

Y en cada tarde, en cada quebrar

del agua en los trigales,

tu nombre sonará victoriosamente.

 

Era el sesenta y tres, mayo; y en la selva peruana un joven caía en aras de la libertad: Javier Heraud Pérez, el poeta que a los dieciséis años obtuviera en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), el primer puesto en su ingreso a la Facultad de Letras; el mismo que, con César Calvo, ganara el premio “Poeta joven del Perú”.

 

Fue mayo y quince, precisamente en la década en que llovían las ideas y rebeldías con causa, donde el vate limeño daría ejemplo de sinceridad y coherencia revolucionaria: “Javier unió la palabra y la acción, la poesía y la revolución” dice Alain Elías, el compañero que junto a él cayera en la canoa; sin embargo, su muerte no alcanza para que hoy se le recuerde en las escuelas…

 

De esa gesta que enaltece el nombre de la juventud del sesenta y un donaire de Patria, queda el silencio acusador de un varón que no esperó a que todo estuviera bien, a que los demás se animen, sino que, muy por el contrario, creyó solo en la victoria. Aunque esa victoria no se la diera el momento sino el tiempo.

 

No faltará tal vez, como ayer, quien gustoso del café, las galletas y el plácido sueño, al leer esta nota dirá: tenía posición y capacidad, ¿por qué se sacrificó? Corroborando así que los verdaderos muertos no siempre están en el cementerio…Y es que ¡los hombres libres no nacen para el confort sino para luchar!

 

Qué señor de aquella época, hoy, al recordar al poeta, no se quedará en silencio; qué intelectual no se recogerá en un rubor… Oh desdicha nuestra! ¡Cuánta falta nos haces Javier!:

 

Habrase ido tal vez el alba, habrase muerto

la tarde ya en Puerto Maldonado,

y una bandada de pájaros cruce tu tumba…

Habrase puesto a llorar nuevamente

el recuerdo y, sin saber por qué,

te habrás sentado en tu lápida;

le habrás sonreído infantilmente al otoño

y te habrás perdido entre sus hojas

buscando un camino…

 

Quizá tu miedo del porvenir te vistió de olivo; veías con claridad que, si no triunfaba el derecho de los desheredados, la revolución, la vida se haría un cabaret; y así fue, así es: la moda de las finanzas actuales reparte al país como res en el matadero. Quizá por eso entraste por la selva, quizá por eso dirías: “No tengo miedo de morir entre pájaros y árboles”.

 

En tus intuiciones el capitalismo bailaba Rock and Roll en todas partes, y se irían extinguiendo, casi por completo, los hombres desafiantes de la tiranía. Y los jóvenes anestesiados por el hedonismo, olvidarían la tierra que los alimenta.

 

El modelo económico neoliberal obnubila totalmente. Tal es el resultado de la democracia, tal es el “desarrollo sostenido en el Perú”.

 

Con el tiempo se leerá, tal vez, tu gesta como una utopía, como un cañonazo a lo inalcanzable, pero no se dejará de reconocer que, si hubieras triunfado, si hubieras cambiado la historia:

 

Hoy tomarías el metro para el norte o el sur,

escucharías opera con cualquier niño de la ciudad,

le regalarías un libro a un nonagenario,

leerías después un poema en blanco y negro,

celebrarías la gloria de un sueño

y te perderías solitario

por la avenida ausente del recuerdo…

 

 

*Por Luis Sánchez Augurto.


**Imagen de Portada: Difusión.

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