Nombrar a Rafael
Narváez Cadenillas, hombre notable que nació y creció en su natal y querida
ciudad de Cajamarca, es referirse a un singular personaje peruano, reconocido por ejercer
con excelencia y gran vocación la docencia en diferentes instituciones educativas
en la ciudad de Trujillo.
Rafael Narváez
Cadenillas fue un educador sencillo, magnánimo e inteligible al formular sus
ideas. Abrazó la docencia para hacer de ella un auténtico apostolado. Con su
magisterio comprometido, a cada instante estimuló el crecimiento espiritual de
sus alumnos, ya sean niños o jóvenes; y su serenidad inspiraba hondo respeto
(1).
En sus palabras…
“Cuatro décadas en la actividad pedagógica a nivel secundario y superior, me han conducido a la conclusión de que la clave del quehacer pedagógico de un maestro no son los grados académicos y títulos profesionales en sí, sino el proceso de su formación humana y profesional. Creo que la clave son los maestros del maestro y la realidad natural y cultural que vive” (2).
“He aquí, pues, la misión del maestro es por naturaleza más bien apostólica. Porque el maestro no se agota en el funcionario, en el burócrata ni en el obrero. Es trabajador, pero su trabajo es apostólico y pastoral porque es el trabajo de un plenipotenciario, de un embajador o emisario de la verdad, de la libertad, de la independencia, de la individualidad, de los ideales humanos, de la suprema dignidad del hombre y de los derechos inherentes a ella…Pero el cumplimiento de tan delicada y singular misión de formar hombres ideales para incorporarlos a la comunidad real de los hombres de modo que ésta avance y sea cada vez mejor y más perfecta, solamente es posible cuando el maestro es fiel a Dios y a la Patria como valores supremos de referencia en el proceso de educación puesto que no se educa para el mal sino para el bien”.
“El maestro es maestro.
Es decir, hombre íntegro que sólo vive para servir con humildad y realismo.
Hombre humilde y realista que frente al inmenso mercado del mundo de nuestros
días en que todo se compra y todo se vende, fiel a su ministerio, fiel a Dios y
a la Patria, puede exclamar diciendo: ¡Qué de cosas hay en el mundo que yo no
necesito!
“Sólo así la vida del
maestro no es tormento ni es angustia. Sólo así la vida del maestro es una
fiesta y un convite. Porque el maestro auténtico vive, vibra y no envejece.
Vive, vibra y no envejece porque su vida es ideal cumplido, es fidelidad
realizada y permanente encuentro con la niñez y la juventud que son pureza, ideales
y esperanzas; y este encuentro no es
físico ni de razonamiento ni de interés alguno, sino encuentro puro y limpio,
encuentro de servicio que se da sin recibir en el intento de cumplir la misión
singular de formar seres buenos en cada uno de los educandos para logra un
mundo mejor” (1).
“El maestro,
incesantemente actualizado, ha de ser autoridad en el conocimiento de las cosas
y los hechos, pero no de mera ilustración superficial o pedante eruditismo
libresco y memorístico, sino por sus principios y sus causas, y ha de buscar
también simultáneamente una genuina madurez intelectual que consiste en superar
los prejuicios y fanatismos ideológicos para abordar lógicamente, con
objetividad y realismo, con flexibilidad y tolerancia, las conductas, los
sucesos y las circunstancias”.
“La tecnología
educativa sirve, pero sirve para optimizar la "instrucción". Pero que
el magisterio es infinitamente más porque es una relación humana entre dos
seres humanos: educando-educador, y que en esta ecuación el maestro sólo es medio
y modelo animador y el discípulo es el fin. Entendimos que el papel del maestro
sólo consiste en poner al discípulo en estado y voluntad de realizar su tarea
humana de edificarse a sí mismo como hombre verdadero”.
“Castigar todos los
días y premiar todos los días y hacerlo con todos los alumnos es echar a perder
definitivamente, la eficacia del premio y el castigo, porque el premiado o el castigado
a diario, acaba por acostumbrarse a ello de modo que un día termina por quedar
insensible al sentimiento correspondiente, de donde resulta que
psicológicamente, no se puede, ni debe ser pródigo en castigos, ni alabanzas:
castigar y alabar extraordinariamente son conclusiones evidentes a las que nos
ha conducido la Psicología de la Educación”.
“La meta a donde se
quiere llegar, es no solamente la cuidadosa y eficaz preparación de sus hijos
para hacer estudios superiores sino sobre todo, la formación de hombres humanos
y dignos, capaces de ser mañana sensatos y responsables ciudadanos antes que
dóciles vasallos de sus propias pasiones y de las ambiciones ajenas… Castigar a
un adolescente; herir su personalidad en formación, de palabra o de obra, es
insensibilizar su conciencia; castigar a un adolescente es preparar para mañana
un buen vasallo; castigar a un adolescente y hacer descansar su formación en la
fuerza y en la arbitrariedad antes que en el afecto y la persuasión, es matar
un hombre libre para crear un esclavo...” (1).
“Una cordial interacción
pedagógica con los estudiantes nos realimentó permanentemente y ricamente” (2).
“Debo declarar que, en
todo caso, nada de lo hecho fue creación exclusivamente nuestra. Lo que hicimos
solamente fue aplicación de las enseñanzas de nuestros maestros. Sólo fue recoger
e interpretar necesidades y sugerencias, ilusiones y esperanzas, adhesión y
confianza de los estudiantes. Es decir, todo fue permanente disposición de
aprender y comprender a los estudiantes.
Los estudiantes fueron
los que con sus ideas y sugerencias, con sus preocupaciones, con su adhesión y
su amistad me condujeron a proyectar hacia este tiempo el magisterio de mis
maestros.
Soy testigo que los
estudiantes siempre son nobles. Respetan a quien los respeta. Regalan simpatía
y amistad. Confían y llegan a descubrir en muchos casos el cofre de sus
realidades morales y espirituales. Soy testigo de que por ellos descubrí que la
relación educativa es relación humana por excelencia, que quien no ama al hombre
no puede llegar a ser maestro. Sólo se queda como instructor o profesor.
Ellos fueron educandos educadores nuestros. Los maestros fueron ellos. Yo sólo fui alumno de mis maestros y de mis alumnos. En suma, la experiencia de mi auto edificación pedagógica se desarrolla, pues, en torno a un eje cuyos polos son los maestros que me formaron en la Escuela, en el Colegio y en la Universidad, y las generaciones de los educandos que durante cuatro décadas, diariamente, con sus acciones y sus reacciones, con sus inquietudes, preguntas y respuestas, con sus problemas, necesidades, angustias y esperanzas y sus ideales, me enseñaron a dar cada día un paso en una carrera que no acaba, que todos los días empieza. Por eso mi experiencia pedagógica rebasa los términos de la tradicional ecuación pedagógica vertical del EDUCADOR-EDUCANDO y se sintetiza en otra horizontal que yo he vivido y de la cual doy fe: EDUCADOR–EDUCANDO-EDUCADOR” (2).
*Extraídos
de:
(1)-“Pensamiento vivo
del Maestro Rafael Narváez Cadenillas”. José
Esquivel Grados. Juan Gutemberg Editores Impresores E.I.R.L.
(2)-“Testimonio
Pedagógico. Memorias de un Educador”. Rafael Narváez Cadenillas. Reimpresión de
Papel de Viento Editores. Trujillo. 2013.
**Imagen
de Portada: “Rafael Narváez Cadenillas”.
Acuarela de Zuller Carrillo.
Portada de “Testimonio
Pedagógico. Memorias de un Educador”.
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