UN HONGO de
proporciones microscópicas está corroyendo las figuras alegóricas del enorme
monumento a la Libertad que se alza en la soleada ciudad de Trujillo. El
deplorable hecho material podría ser tomado también como una catástrofe
ideológica. Los derechistas dirán que el hongo ganoso de destruir la simbólica
roca, es comunista. Los izquierdistas, que reaccionario. Da para todo la idea
de la libertad, tan grandiosa y de tantas maneras entendible.
Cuando el monumento fue
planeado, en homenaje a los próceres que atronaron Trujillo con el grito
libertario de 1820, el régimen de Leguía comenzaba a dar zancadas por el mal
camino de la tiranía. Resultaba contradictorio y hasta irónico el tributo. Y,
por lo demás, en el Perú siempre ha sido así. Consideramos que una cosa es la
libertad principista que preconizaron los próceres y otra, la muy rebajada o
nula que debemos permitirnos para nuestros gastos.
Por los años
monumentalmente embrionarios, un diputado leguiísta de apellido Marquina
consiguió que el Congreso, para acopiar fondos, aprobara una ley gravando la
exportación de azúcar. A la larga, hubo millones y concurso internacional. Ganó
el premio al mejor proyecto el escultor alemán Edmundo Moeller. Doscientas
maquetas llegadas de los cuatro lados del mundo levantaban un canto formal a la
Libertad en una sala del club también nombrado Libertad. Como eran de yeso, las
lluvias de 1925 las licuaron.
El gringo Moeller,
luego de recibir el gordo cheque del premio, hizo varios viajes entre Alemania
y el Perú, con gastos pagados para ocuparse de la erección del monumento.
Consiguió que le otorgaran la contrata de la obra, que demandaba trabajo
colectivo de labrado y fundición. Estas faenas fueron hechas en Hamburgo y el
monumento llegó por piezas embaladas en enormes cajones, como una glorificada
importación.
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Cortesía: Nivardo Córdova Salinas / Fotos tomadas del libro de Antje Kirsch: “Edmund Moeller, Auf der Suche nach einem vergessenen Dresdener Bildhauer” |
Edmundo Moeller era un
gigantón de mediana edad, rubicundo y jovial. En el taller del pintor Gonzalo
Meza Cuadra, profesor de dibujo del colegio San Juan, solíamos reunirnos Carlos
César Godoy, Luis Valle Goicochea, yo y otros vates, para hablar de arte y de cómo
salvar al mundo, porque Meza Cuadra era tanto profesor como amigo y además,
según colijo ahora, tenía una inmensa paciencia. Moeller llegó a repletar la
sala con su rolliza humanidad, su detonante castellano alemanizado, sus
risotadas súbitas y sus ademanes rotundos. Frecuentemente, hacía acuarelas,
como para distraerse. En media hora completaba una y decía que aquello costaba
miles de marcos. En materia política, de la que hablaba poco, el autor del gran
monumento a la Libertad era monarquista. Añorando los días del Káiser, sostenía
que Alemania necesitaba de mano firme y lo demás era cháchara. Su idea de la
Libertad no habría complacido a los torys, a los jacobinos, a los liberales
democráticos, a los anarquistas y menos todavía a los izquierdistas convencidos
de que para que exista la exclusiva libertad, hay que limitar o eliminar los
bienes materiales, o sea cambiar las “estructuras económicas”. Moeller tenía,
pues, un criterio libertariamente “subdesarrollado”. El monumento a la
Libertad, mientras tanto, soldaba sus piezas y crecía.
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Cortesía: Nivardo Córdova Salinas / Fotos tomadas del libro de Antje Kirsch: “Edmund Moeller, Auf der Suche nach einem vergessenen Dresdener Bildhauer” |
Fue inaugurado por
julio de 1929, en una ceremonia pomposamente oficial. Apadrinaba Leguía, quien
se hizo representar. El pueblo, que sabe de libertad aunque carezca de
práctica, no acudió. Por aquel tiempo, Leguía era ya un declarado tirano,
aunque mayormente usara guante blanco. En el bajorrelieve del monumento que
muestra la entusiasta proclamación hecha en Trujillo, a uno de los alborozados
ciudadanos Moeller le había puesto la cara de Leguía. Ahí estaba el tirano, en
la perennidad del bronce, feliz que hubiese libertad, en compañía de otros
personajes de su régimen opresor.
Como los políticos
peruanos dudan de que se los recuerden sin ayudas de tarjas, se puso una de
bronce, consignando los nombres de Leguía, el diputado Marquina y no recuerdo
quiénes más. Era una gruesa placa que debía proclamar, ante los siglos, la
devoción de Leguía y su gente por la Libertad.
El régimen que levantó
el monumento cayó un año después de inaugurarlo, desgastado por once años de
poder, el cansancio del pueblo y la crisis económica mundial que comenzó el 29.
La grita en contra del “oncenio” fue estruendosa y también el deseo de borrar
cuanto a él atañera. En Trujillo, a los pocos días de caer Leguía, desapareció
la placa recordatoria puesta en el monumento. Estimulados por el ejemplo otros
elaboraron el proyecto de limar el bajorrelieve que ostentaba el rostro del
dictador, pero acaso no hallaron lima.
A la sazón enredaba en la ciudad un tinterillo apellidado Marquina, que se hacía llamar “defensor jurídico” y era pariente del diputado. A los tres meses de la desaparición de la placa, vino a darse cuenta y alborotó con sus quejas en las redacciones de los periódicos. Fue el único que reclamó. Dijo que, cuando fueran hallados los culpables del atentado, les entablaría juicio, presentando un recurso que haría época. El pendolista se quedó con la pluma en alto. Nunca dieron con quienes deseaban que no se recordara al tirano de guante blanco, aunque se sospechaba que fueron los partidarios de un tirano sangriento.
A lo largo de los años,
en torno al monumento a la Libertad se han reunido innumerables mítines
políticos y ha sido motivo de repetidas invocaciones y promesas en los
discursos. Ahora resulta que un hongo se atreve a ofender a la Libertad
esculpida en roca. Mas el cuerpo edilicio de Trujillo ya ha tomado sus medidas.
Combatirá al hongo y la Libertad se salvará, por lo menos en efigie.
Expreso, 19 de
noviembre de 1962.
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Ciro Alegría |
*Extraído de: CIRO ALEGRÍA, Páginas Escogidas
Autora:
Páginas: 193 - 195
Editora: Fondo Editorial de la Municipalidad Provincial de Trujillo
Serie: RESCATE
*Imágenes: Difusión.
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