Los conflictos de
coexistencia entre los que habitan este paraíso terrenal parecen no tener una
cabal explicación y mucho menos justificación. Siglos y milenios de inacabables
enfrentamientos entre los seres humanos por razones de credo; raza; territorios;
o, por ese inocultable anhelo de poder y conquista.
Desde el conocimiento
de la existencia humana, clanes, tribus y pueblos viven en son de guerra.
Luchas en nombre de Dios o de la Patria. Conquistas por la ambición de las
riquezas de unos y de otros. Sometimientos que han generado siglos de
esclavitud y de miseria. Trágica convivencia que ha dejado muerte por doquier;
heridas que siguen sangrando y odios eternos.
¿Quién, o qué, nos hizo
diferentes? ¿Cómo surgió ese afán de sometimiento de la especie humana; de
unos, contra otros? ¿Por qué la riqueza material se convirtió en el valor supremo
y en el más deseado de la sociedad? ¿Cuándo llegará el día en que las armas de
guerra se extingan en las llamas del amor y se haga la paz sobre la Tierra?
La presencia de la Tierra
en el universo infinito, continúa siendo un misterio aún no develado.
Igualmente la existencia de seres vivos; los humanos y demás especies. Por ello
aceptamos como misión imposible pretender establecer la genética existencial.
Gracias a Dios que, en la indómita inquietud del ser humano, aún sigue siendo
una herejía la idea de construir una nave que nos permita viajar a contratiempo
y conocer lo vivido desde la creación.
Los hallazgos
arqueológicos y el respeto, en parte, por ellos, han hecho posible que en la
actualidad existan algunos indicadores sobre el discurrir de la vida en el
planeta. Hipótesis y tesis de las más diversas. Las interpretaciones sobre los
mapas de Pires Reis; la presencia de restos fosilizados, de animales de clima
cálido, en los polos; la Atlántida o el “Continente Perdido”; las Pirámides de
Egipto; las culturas Maya e Inca, entre otros, figuran como hechos que cuestionan el origen en el tiempo.
En esa suma enigmática
cabe también, la partición y distribución territorial del planeta; la pluralidad de razas, lenguas y culturas.
Pero la pieza, quizás
la más inquietante, del rompecabezas existencial es el ser humano: Su increíble
estructura fisiológica y psíquica. La incapacidad para convivir en armonía con
los de su propia especie. Y esa fragilidad en el deslinde entre el bien y el
mal, han hecho crecer el temario evolucionista.
Francois Jacob y
Jacques Monod, biólogos; médicos; y bioquímicos franceses (Premio Nobel de
medicina 1965) demostraron, en sus descubrimientos sobre control genético, que ningún ser humano, ni
tan siquiera los gemelos que nacen de un solo zigoto, son iguales.
Partiendo de la
“Dialéctica del Amo y el esclavo” de Hegel, se han esbozado teorías sobre el
sometimiento de las personas. Entre ellas destaca la de Jean Paul Sartre, quien
demuestra, en el Juego del Amor, del “Ser y la Nada”, que se somete quien más
ama y en consecuencia, se convierte en el esclavo hegeliano.
Frases célebres como:
“El hombre nace bueno, la sociedad lo corrompe” (J.J. Rousseau); “Un hombre es
lo que hace, con lo que hicieron de él” (Bertold Brecht) y “El hombre es un
asesino organizado” (Jan Tinbergen) sirven para trazar una línea sobre la
complejidad humana.
¿Será tal vez la
mentalidad tribal, esa de la que señalaba Schopenhauer, la que fomenta el
nacionalismo; la posesión territorial; los reinos; y las rivalidades
sangrientas? ¿Es el fanatismo patriotero, entre
y otros, lo que impide al hombre tener conciencia del rol que le
corresponde en la Tierra y de lo que somos en el vasto infinito del universo?
El ser humano nunca ha
logrado ser coherente consigo mismo. Parece estar condenado a ser prisionero de
su mundo exterior. Gracias a su gran voluntad y capacidad intelectiva domina el
cosmos. Es un realizador por excelencia. Su extraordinario manejo científico y
tecnológico lo han hecho conquistador del espacio. Pero no tiene la misma
brillantez para descubrirse Él. Es incapaz de hurgar en su propio yo, para
conocer los grandes potenciales que tiene; además de su mente.
En la actualidad la Tierra
cuenta con una población cercana a los ocho mil millones de habitantes. La
sociedad afronta duras pruebas de sobrevivencia. Desde hace tres cuartos de
siglo, después de detonar bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagazaki, los habitantes
están en alerta por la amenaza de una guerra nuclear, o química.
También pesa sobre
ellos el deterioro del medio ambiente y la actitud de los gobiernos para el
control y manejo sostenible de los recursos de la Tierra.
La realidad
problemática nos muestra una lucha desigual entre una mayoría hecha para la
ganancia, que utiliza todos los medios de producción para el enriquecimiento y
una escasa minoría que lucha por la conservación del planeta. El poder
gubernamental y las fuerzas armadas son, estratégicamente, captadas por el
poder económico.
En junio del año 1992
se realizó, en Río de Janeiro, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el
Medio Ambiente y el Desarrollo. El evento, conocido también como “La Cumbre de
la Tierra”, reunió a 179 gobiernos del mundo, 400 representantes de las
Organizaciones No Gubernamentales (ONG) y a 17 mil asistentes al Foro Cumbre de
Río, de las ONGs, realizado en forma paralela.
Gracias a la “Declaración
de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo” en casi todos los gobiernos del
mundo existen proyectos de Zonificación Ecológica y Ordenamiento Territorial. Lamentablemente
las leyes no se cumplen y parecen ser hechas solo para su lucimiento en la
vitrina cultural.
La “Cumbre de la Tierra” sigue constituyendo una alternativa para el bienestar de nuestra sociedad frente a la acción depredadora de quienes, solo viven para la ganancia.
La pandemia por el
Covid19 ha puesto a prueba, una vez más, la complejidad psíquica del ser
humano. Cada país y gobierno, dueños de su propia realidad, soportando el mismo
ataque y del mismo enemigo, pero sin escuchar el mensaje de la naturaleza.
Entre los artificios,
creados por el ser humano, el del dinero es el más cuestionable, porque muestra
la indolencia del acumulador de riqueza ante la desgracia ajena. Los gobiernos
del mundo han sido capaces de emitir cifras astronómicas para salvar a
banqueros, pero incapaces de unirse para subvencionar una vacuna para salvar la Tierra y su gente.
epesquerre@gmail.com
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