Los dos ejércitos, el
de los Pándavas y el de los Káuravas, se encuentran frente a frente en la gran
llanura de Kurukshetra, prestos para empezar en cualquier momento la gran
batalla del Mahabhárata. Las caracolas de los combatientes resuenan
en el ambiente tenso y contenido. Arjuna, el mejor guerrero de los Pándavas, en
quien todos han puesto su esperanza para ganar la guerra, de pie orgulloso y
apuesto sobre su carro de guerra conducido por Krishna, le pide a éste que
sitúe el carro entre los dos ejércitos para contemplar de cerca el ejército
enemigo. Y aquí, en este escenario insólito del campo de batalla momentos antes
de la masacre, tiene lugar una de las mayores enseñanzas espirituales de la
humanidad: la Bhágavad Guita, el “Canto del Señor”.
Sobrecogido
por la masacre fratricida que se avecina, su previo entusiasmo se disipa
inmediatamente, su moral se derrumba. Anuncia: “No lucharé”.
Abrumado por la
angustia y la confusión, Arjuna le pide a Krishna que le diga cuál es su deber
(dharma). Entonces Krishna, hablando desde el punto de vista del Dios
supremo, le expone las enseñanzas de la Bhágavad Guita. Empieza por
explicarle que el espíritu, ser real del hombre, es inmortal.
El espíritu no muere al
perecer el cuerpo, pues éste no es para él sino un vestido pasajero. Así como
el cuerpo pasa de la infancia a la juventud y la vejez, el espíritu pasa de un
cuerpo a otro.
A continuación, Krishna
expone los tres yogas o caminos para la unión con Dios: jñana, Bhakti y
karma, apropiados para distintos tipos de personas.
Jñana (conocimiento)
es el camino de la contemplación, el camino que enseñan las Upanishads.
Busca lograr el conocimiento directo de la última realidad mediante una
intuición inmediata, con los medios de la discriminación entre lo real de lo
irreal, la renuncia, el control de la mente y los sentidos, el desapego y la
contemplación. Por supuesto, jñana es algo muy distinto del
conocimiento con la mente. Jñana es el conocimiento inmediato
y no dual, en el que no hay un conocedor y un conocido. El conocimiento mental
se realiza acumulando, jñana vaciándose.
En este camino es de
gran importancia la concentración de la mente (ekágrata). No hay
trabajo, espiritual o mundano, en el que uno alcance éxito sin esta condición,
pues sin ella las energías del hombre se dispersan en miles de tendencias y
pensamientos sin fuerza alguna. La concentración es difícil por la naturaleza
sumamente inestable de la mente, pero se consigue por medio de la práctica
constante unida a una gran paciencia. La incesante agitación de la mente es lo
que nos impide ver nuestra naturaleza real. Sólo cuando ésta esté en silencio,
sin ninguna ola que la turbe, se nos hará evidente nuestro Atman, la Divinidad
que subyace y penetra todo.
Y para lograr la
concentración de la mente es necesario controlar los sentidos, que son los
caballos que tiran de nuestro carro. Si éstos no están domados, el hombre es su
esclavo y va adonde ellos le llevan. Pero si es capaz de controlarlos, le
obedecerán dócilmente y le llevarán adonde él quiera. El cuerpo y la mente
deben ser así tratados como se haría con un buen caballo, o con un niño
pequeño: démosles todo lo que necesitan, pero no todo lo que quieren. Asimismo,
el jñana yogui debe contemplar debe contemplar el mundo con
ecuanimidad y desapego, sabiendo que nada de lo que se encuentra en él puede
satisfacer a nuestra alma, la cual solamente se llenará cuando encuentre dentro
de sí a Dios, el Atman interior.
El yogui que alcanza su
objetivo ha conseguido el fin supremo de la existencia humana. Uno con la
fuente de todas las cosas, no le queda ya nada que realizar, pues nada le
falta.
Pero sólo unos pocos
hombres son capaces de seguir el camino de jñana.
La mayoría de los
hombres, que deben vivir en sociedad, necesitan otros caminos más accesibles.
Para ellos expone Krishna el camino de bhakti, la devoción a un
Dios personal con el que el hombre establece una relación directa. Krishna se
identifica con este Dios supremo, pero especifica que la devoción sincera a
cualquier dios es válida y llega a él, pues todas las formas son suyas.
Bhakti es el camino del
amor, la entrega y el sacrificio, que purifica las emociones humanas y las
canaliza, dirigiéndolas hacia lo divino. No exige la aniquilación de los
deseos, sino la fusión de todos ellos en un único supremo deseo: el deseo de
avanzar por la vía espiritual, el deseo de Dios.
El bhakta,
por amor de Dios, le entrega todo lo que es y tiene. Como un niño pequeño que
sabe que su madre le ama, hace todo por su bien y nunca le abandona, así el
devoto confía todos sus temores, preocupaciones y responsabilidades a Dios, en
la certidumbre de que todo lo que le ocurre es necesario para su aprendizaje, y
deja en sus manos que le haga llegar o no a su destino. Según Ramana Maharshi
(1879-1950), el hombre común es como un viajero que sube a un tren e insiste
llevar todo el tiempo su equipaje sobre su cabeza en vez de depositarlo sobre
el suelo del tren. El bhakta, consciente de que Dios lo hace
todo, deposita la maleta de sus problemas y preocupaciones sobre el suelo del
tren y viaja relajado. Cuando todos los deseos y ambiciones, miedos y
aprensiones han sido entregados a Dios con una actitud de suprema confianza,
nada ya turba la mente del bhakta. En todas las personas, todas las
cosas y acontecimientos, asumiendo todas las formas y disfraces, no percibe más
que al rostro del Amado.
El gran santo bengalí
Ramakrishna (1836-1886) contaba la siguiente historia: “En cierta ocasión, un
hombre santo iba por una calle concurrida y pisó inadvertidamente el pie de un
hombre malvado. Éste, furioso, golpeó sin piedad al sadhu hasta
dejarlo tumbado en el suelo, inconsciente. Sus discípulos intentaron devolverle
el conocimiento de todas las maneras posibles. Cuando el santo empezó a
recuperarse un poco, uno de sus discípulos le preguntó: ¿Reconoce usted al que
le está atendiendo? El sadhu respondió: Sí, el mismo que me ha
pegado. Un santo no ve diferencia entre un amigo y un enemigo.”
Reflejando el amplio
espíritu de tolerancia del hinduismo, la Guita reconoce la
validez de todos los caminos espirituales auténticos.
En última instancia,
cuando el hombre se encuentra confuso sobre lo que debe hacer y sumido en la
angustia, Dios es su último refugio.
Y, enseñado
específicamente por primera vez en la Bhagavad Guita, el
camino de la acción, el karma yoga. No es el mundo ni tampoco las acciones en
él quienes esclavizan al hombre, sino el apego hacia ellos, la creencia del
hombre de ser un ente separado del resto del mundo, autor de sus acciones.
Es Prakriti, la naturaleza (Prakriti incluye no
sólo a lo que se entiende por naturaleza en Occidente, sino a todo el mundo del
devenir, manifestado o inmanifestado, del que la naturaleza que vemos
constituye únicamente la última forma), quien realiza todos los actos, pero el
hombre cree que es él quien los hace y sufre por consiguiente las consecuencias
de estas acciones.
Krishna desaconseja
retirarse del mundo, para lo que la inmensa mayoría de los hombres no están
preparados, y preconiza vivir en él realizando sin apego nuestro deber (swadharma),
sin esperar nada a cambio. La verdadera renuncia no consiste en apartarse del
mundo, sino en renunciar a nuestros deseos y a los frutos de nuestras acciones
en el altar de Dios. Toda acción hecha desinteresadamente, sin egoísmo, es un
sacrificio, una ofrenda. Todo trabajo que se presenta en nuestro camino es de
gran importancia, pues está enviado por Dios. Cuando la vida cotidiana es
vivida en este espíritu de desapego y sacrificio, se convierte en un camino
espiritual, a falta de lo cual la actividad la actividad no es sino una vana
agitación que encadena al hombre.
Pensamos que si
eliminamos el deseo por los resultados, anularemos también la motivación por
actuar. Pero en la acción en sí misma hay una felicidad que no se encuentra en
el fruto. Si se le ofreciera a un artista o a un buen granjero darles el dinero
de su trabajo a cambio de que no hicieran nada, ¿cuál podría ser su respuesta?
Un granjero karma yogui trabajará la tierra con alegría, por
considerarlo su dharma. Como consecuencia ganará su sustento, pero
esto no será su motivación. Otro labrará la tierra sólo para llenarse el
estómago, considerando su trabajo como una carga. Exteriormente las acciones
son similares, pero interiormente son muy distintas. Una persona que actúa sin
deseo es capaz de concentrarse en la acción en sí misma y realizarla mejor que
alguien obsesionado por lo que va a conseguir. Renunciar al fruto no quiere
decir que éste nunca llegue, sino que nuestros actos no están motivados por su
expectativa. El hecho de no esperar nada nos hace libres. Un niño juega por
amor al juego, sin pensar en nada más. Este es el espíritu del karma yogui.
Cuando el hombre ha
aprendido a realizar todas sus acciones de la forma en que enseña la Guita,
entonces, incluso sumergido en una actividad desbordante, puede experimentar la
paz del espíritu, inafectada por toda la agitación exterior. Identificándose
con esa paz, las acciones del sabio surgen espontáneamente sin afectarle lo más
mínimo. Esto es la inacción en la acción. Asimismo, el sabio retirado del
mundo, aunque parezca no hacer nada, realiza una gran actividad, de la misma
manera en que una rueda que gira muy deprisa parece estar quieta. Su simple
presencia beneficia a toda la sociedad, aunque esta influencia no sea aparente.
Esto es la acción de la inacción.*
**Texto e imagen extraídos de
sabiduriahindu.blogspot.com
*De
Álvaro Enterría. Libro La
India por dentro. José Olañeta Editor e Indica Books. 2009.
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