La vejez es un invento perfectamente antinatural. Mucho tiempo me pregunté por qué la naturaleza había producido un organismo tan notoriamente peor cuanto más pasa, un bicho tan degradado por el tiempo. Hasta que, ya más viejo, entendí que la vejez no es un producto natural sino cultural: la apariencia, la potencia del hombre empiezan a deshacerse cuando supera esa barrera que fue, por millones de años, el tiempo “natural” de su vida: los treinta, treintaytantos años.
Fue difícil; en los últimos
milenios los hombres dedicaron grandes esfuerzos a vivir unos años más: a hacerse
viejos. La pelea fue dura y la victoria rara: lograron transformarnos en esos
cuerpos gastados, cada vez menos funcionales, que ahora usamos. Con tesón, con
tanto ingenio, inventaron la vejez. Para que no todo fuera pérdida, las culturas
que inventaron viejos les idearon, como forma de compensación, el respeto a la edad.
Pero ese respeto envejeció –y ahora tantas sociedades lo han perdido.
La técnica contemporánea
ha aumentado mucho la vejez; no tuvo tiempo, todavía, de mejorar ese producto
cada vez más masivo. Por el momento la única solución que suelen ofrecer es la mímesis
pava: que ese producto cultural –los viejos- traten de parecerse al producto
natural –los jóvenes-; con lo cual ser viejo está cada vez más desprestigiado. El mundo está lleno de viejos que simulan
no serlo.
El simulacro es triste –y
no funciona. Así que, si no hay más remedio que ser viejo en algún lado, es
probable que el mejor sea Corea. En Corea se mantienen, parece, aquellos viejos
mitos: que los viejos son –más o menos- sabios, que son modelos a seguir, que
corresponde respetarlos. Cuando dos coreanos son presentados, el que parece más
joven no tarda en preguntarle al otro cuántos años tiene –y el otro no se
ofende y le contesta. Es funcional: el más joven tiene que dirigirse al más viejo
con una serie de fórmulas y palabras de respeto y, por lo tanto, hace falta
establecer quién es quién.
Son los restos del
confucianismo, ese modo chino de pensar el mundo que pretende que nada pesa
tanto como las jerarquías. Por supuesto, en una sociedad que la técnica está
cambiando cada día, los viejos modos se erosionan –pero sobreviven. Como en la
historia de ese señor que no quería hacer la visita tradicional del primer día
del año, cuando el hijo va a arrodillarse frente a su padre para mostrarle
respeto y, a cambio, el padre le da un dinero para mostrarle su ¿cariño? El señor,
en cambio, le mandó por celular una foto de sí mismo arrodillado; el padre,
entonces, le mandó una foto de un fajo de billetes. O no, como en la historia,
probablemente tan apócrifa como la anterior, que cuenta que Guus Hiddink, el técnico
holandés que llevó al equipo nacional de fútbol al tercer puesto en el Mundial
2002, basó su éxito en que supo convencer a sus jugadores de que no siempre
debían pasarles la pelota a sus mayores.*
“Juventud, divino
tesoro, ¡ya te vas para no volver!”
*Extraído
de PALIPALÍ – Impresiones Coreanas
Autor:
Martín Caparrós
Página:
70
Editorial:
Planeta
**Imagen de Portada: Difusión
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